Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

2 nov 2019

CAPÍTULO II


La Manuela se despierta de un sobresalto:
-¿Qué leche quieres? ¡Vaya susto que me has dao, joío! ¡Otra vez, avisa, coño! Se levanta hecha un vendo.
-¡Ufff...! ¡Qué hormiguillas! –exclama sacudiendo una mano en el aire, y componiéndose con la otra los rizos de una permanente recién hecha-  ¡Se me ha dormío este brazo!
Y sigue sacudiendo la mano derecha, pegada a una muñeca carnosa y llena de manchitas marrones.
-Usted perdone –me dice-. ¡Es que este Quisco...! ¡Pues no parece que está hueco! Usted es la señora Blanca, ¿no? Ya me habló el Victorino de que vendría hoy –dice sin poder disimular un largo y ruidoso bostezo, seguido de un disimulado ventoseo-, pero me he quedao dormía oyendo la leche esta de la radio . ¡Uff ...! ¡Qué hormiguillas...!
Quisco suelta las maletas y, con las manos en los bolsillos se mueve nervioso de un lado para otro.
 -Ya puedes irte, Quisco –grita la Manuela- ¿No ves que la maestra está cansá...? ¡Ya te dará algo mañana! ¡Sí que eres interesao, leche! Tiene que ser, melón, tajá en mano.
Noche interminable y angustiosa aquella primera de mi estancia en la aldea. Un fuerte olor a insecticida que sale de la cama, me produce náuseas y una sensación como si me picara todo el cuerpo me hace revolverme de un lado para otro, nerviosa, sin poder conciliar el sueño. Se me antoja que la cama tiene chinches y enciendo la luz varias veces para comprobarlo; pero no veo nada, sólo aquel olor penetrante... Se levanta aire y todo en torno a mí se vuelve misterioso. Ruidos como de sombras de terror van entrando en mi mente: crujir de puertas, arrullos de las ramas del laurel que casi rozan el suelo, tintineo de cristales, aleteo del gallo que duerme en los hierros de mi ventana y que a las doce en punto, y de madrugada, y a mí se me antoja que a todas horas, se espolvorea y lanza un vibrante y sonoro ¡kikirikíii...!, al que como un eco nostálgico, van contestando los gallos del corral y de toda la aldea.
Me quedo dormida de madrugada y me despierta el rebuzno de un burro que parece estar dentro de mi habitación, y el goteo de la lluvia sobre una palangana vieja y el cascabeleo de cabras y la voz de un hombre que repite:
--¡Niñas que se os han pegao las sábanas, so joías!
Madrugo aquella mañana. Por el postigo abierto de mi ventana  veo el cielo color de humo, y oigo a la Manuela:
-¡Vaya mañanita que ha amanecío! ¡Venga, Domingo, pon cacharros debajo de las canales, que cojamos agua! ¡Pa que la que ha caido esta noche!
Me visto de prisa apenas oigo el primer toque largo, aburrido, sibilante, sin embargo, del campanín de la iglesia.
A bocajarro, tropiezo en medio de la casa con Manuela, que me da la impresión, por el gesto tan mal disimulado de sorpresa, de que me ha estado espiando por el agujerillo de la cerradura, que no tiene llave, y para cerrar tengo que echar un cerrojillo que para el caso pone el Domingo la misma tarde de mi llegada.
La Manuela tiene el pelo recogido con una redecilla blanca; viste un batín rameado que le llega hasta los tobillos, y que al verme, más arreglada que la tarde anterior, me mira de arriba a bajo y pregunta:
-¿Qué...? ¿Cómo ha dormío? Ya ve el diíta que tenemos. El Domingo poniendo cacharros pa recoger agua, que pa lavar y pa las semillas es bendita. Aquí, en estos sitios, tenemos que andar así.
Efectivamente, el Domingo, un hombre cachazas, dominado por la Manuela, coloca – poniéndose chorreando– cubos, palanganas, lebrillos..., por todos los goterones, como si fuera una orquesta.
El Domingo entra limpiándose las botas de goma, que le llegan hasta las rodillas, en un alfombrillo colocado en la misma puerta del patio.
-¿Cómo se ha dao eso? –me pregunta con un palillo de dientes en la boca y secándose las manos en el pantalón-. ¿Cómo ha dormío? Aquí, en estos sitios, se duerme bien. ¡Cómo no se oye un alma! Y la cama..., pues, que le diga la Manuela... Le echamos un producto que ...
Domingo cuelta un fuerte eructo:
-Perdone, maestra, cosa del estómago.
-Cosas de la  morcilla que te has desayunao, que no tienes reparos, so leches

-Venga, hombre –interrumpe la Manuela, haciéndole un gesto como si se lo quisiera comer-. No entretengas a la señorita, que va a llegar tarde a misa.

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