(Final capítulo anterior)
Calla tú que a ti ya te ajustaré yo las cuentas y a la comadre también, que es la que te ha metío en esto!
La gente corría por el pasillo, camino
de la calle, y el sabio desapareció unos momentos, volviendo con dos
uniformados hombres que cogieron al Domingo por los brazos.
-¡Ea, al cuartelillo
por desorden público e insultos!
-exclamaron.
La Manuela que seguís echa un cuatro
sin poder levantarse, gritaba:
-¡Mi marío, mi Domingo, comadre, ayúdame que no
puedo moverme! ¡Al cuartelillo, no! ¡Ay, , ay, qué hombre este! ¡Ha perdió la
cabeza!
De un tirón, entre dos la pudieron dejar
derecha, pero, echándose las manos a la frente, exclamó: -¡Estoy mareá, ay, que me da!
Y
echándose para atrás, volvió a fallar la tumbona quedado de nuevo con la cabeza
por los suelos y los pies en alto. La Chacha, se precipitó:
-¡Manuela, Manuela,
qué te pasa!
Pero la Manuela no contestaba. La Chacha, exclamó, pidiendo ayuda: -¡que le ha dao un patarrengue!
-¡Agua, agua, por favor!
y la mujer de López, la Gregoria, con un jarro de agua se lo echo por la cara logrando que volviera en
sí-
-Dónde está el
Domingo, dónde está el Domingo!
-¡Coño que te va a dar
otra vez el insurto! El Domingo se ha metío en un buen lío, pero tranquila que
to se arreglará.
-¿Dónde está, dónde está?
–seguía repitiendo, con la mano en el corazón sollozando.
-¡En el cuartelillo, ea,
ya lo sabes! ¡Ha liao la mundial! ¡Na menos que disfrazao, insultando al sabio!
-relataba la Chacha con gran dramatismo.
Con las manos en la
frente y a punto de que le diera, de nuevo el patarrengue, exclamaba:
-¡Quiero verlo; tengo que
sacarlo de allí aunque tenga que pagar.
La Chacha, arreglándose
el moño que medio lo tenía colgando, exclamó:
-¡Anda, Gregoria, cógela
de un brazo y yo del otro y vamos a ver dónde leche está ese cuartelillo!
Y tú, comadre, cierra la boca de una puñetera vez y no hables de dinero,
so leche que nos van a sacar hasta los ojos.
Las tres caminaban por un
medio descampado, cuando se cruzaron con una furgonetilla de municipales. La
Manuela, al verlos, comenzó con una serie de improperios que la Chacha,
tapándole la boca, la zarandeaba y le gritaba:
-¡Que te calles, leche,
que nos vamos a ver las tres en el calabozo! ¡Será posible esta
mujer!
La furgoneta de un
frenazo se paró, justo delante de ellas. Un municipal, sacando la cabeza por una
ventanilla, preguntó:
-¿Alguna de ustedes es la
mujer del detenío?
-¡Ay chacha
-exclamó la Manuela temblando y a punto de desmayarse- ¿Qué dice
que está detenío el Domingo?
La Gregoria, sin dejar de
mirar el reloj, que el Lopez estaría impaciente, exclamó:
-¿Tú sabes la que ha liao
el Domingo? ¡To la gente se ha ido espantá!
-¡Ay, Dios mío, ay, Dios
mío! –repetía la Manuela.
La Chacha,
acercándose a la ventanilla, contestó:
-¡Sí señor; esa señora es
su esposa! Una mujer con mucha decencia. ¿Qué pasa con ella?
-Que tengo orden –dijo el
municipal- de llevarla al cuartelillo.
-Con to el respeto del
mundo, si ella va, nosotras también –dijo la Chacha.
-¡Ea, pues suban de una
vez que ya está bien de casquera!
Sin soltar a la Manuela,
que se tambaleaba, cayeron en pelotón en un estrecho asiento trasero. Dando
saltos, que la Chacha cayó encima y la Manuela quejándose de que la iba a
reventar, llegaron al cuartelillo.
-Ay, comadre que me has
dejao que no puedo respirar! ¿Dónde está, dónde han metío a mi Domingo?
-Su Domingo, señora, está
detenío y en el calabozo. Si lo quiere ver tendrá que esperar a mañana.
Ahora tendrá usted que declarar.
-¿Declarar? ¡Ay, que
me da! ¡Ay, mi Domingo a oscuras con lo aprensivo que es, ay, que pena
y que mala cabeza la de este hombre!
-¡Que te despabiles,
coño, que en buen lío estamos metías por culpa de tu marío! -exclamó la
Chacha.
-Verá usted –explicaba la
Chacha a un guardiacivil que interrogaba a la Manuela-, ella no está pa
naita, pero es mi comadre y el detenío mi compadre. Habemos venío por cosas de
la salud, ¿usted me entiende?
-¡Claro que la entiendo,
pero ese señor ha insultao e intentao agredir a un hombre indefenso y eso tiene
pena.
-¡Ay, que dice que tiene
pena, ay, comadre, que me caigo, que me da...!
-Pues, una noche en el
calabozo y se tranquilizará -contesto el guardiacivil, hojeando unas notas.
Mañana podrán verlo y ya se decidirá si podemos dejarlo en libertad.
-Pero, verá usted,
señoría –dijo la Chacha, medio en reverencia-, es que nosotras no somos
de aquí, ni tenemos medio pa irnos...
-No me cuente su vida,
señora. Eso es cosa de ustedes. En casa de Piquiqui, le pueden alquilar una
cama.
-¡Santo Dios! –exclamó la
Gregoria-. ¡No quiero pensar la que va a liar mi marío cuando le cuenten lo que
ha pasao!
-El marío de esta señora
–apeló la Chacha- es autoridad municipal...
-Eso no me vale y dejen
que trabaje.
Con la Manuela casi
en brazos, traspusieron, preguntando, a casa del tal Piquiqui, un hombre
diminuto y de buen carácter:
-¡Claro que tengo cama pa
estas tres joyas!, pero tendrán que apretarse porque la cama es de matrimonio y
las veo metías en carnes. ¡Mu guenas, sí señor!
-Nos arreglaremos
–dijo la Chacha.
-Y si les sobra sitio,
aquí está uno que con mucho gusto...
Soltando una carcajada,
Piquiqui cerró la puerta.
-Este joío nos ha tomao
por fulanas. ¡Ay, si se entera mi marío con lo serio y formal que es! –exclamó
la Gregoria.
-¡Calla, so leche que
bastante tenemos ya! A ver como nos ajustamos en la cama.
La Manuela como
exorcizada por un extraño conjuro, balbuceó, colocándose en medio de la cama:
-¡Ay, qué malita estoy!
La chacha, en enaguas
negras y haciéndose aire con las manos, exclamó:
-¡Mu malita, joía,
pero has cogío el mejor sitio!
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