Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

20 nov 2019

Paréntesis a la novela: Día Mundial de laInfancia

A UNA NIÑA TERCERMUNDISTA

Marián, una preciosa niñasaharauis

Delante de mí, como si de repente, sin haberte engendrado, sin haber sufrido dolores de parto, me   hubiese nacido, tengo tu foto entre mis   manos que me tiemblan y me sobran para acunar tu cuerpo tan chiquetete que más bien son pañales de recién nacida que me huelen a mimos perfumados y limpios. Al pie de la foto tres palabras que sobrevolando cielos han aterrizado en el buzón de mi casa:”Tu niña de color”.
 La historia de esta insólita “propiedad” fue el repente misionero de alguien lleno de amor por sus hermanos los hombres, y que en sus mejores años de joven, emprendió vuelos hacia el Tercer Mundo, cuna negra que espabila sueños en eternas noches de hambre.
 Y allí, en un desvelo de mosquitos   y sudores, a la luz de una nada, perdida en el olvido de todos, mis cartas a Lucrecia arrulladas por la agobiante sinfonía de grillos y chicharras.
 No merezco tanto, pequeña, y, sin embargo, cuando supe que , puntualmente, mis pobres y, a veces, torpes palabras viajaban a esa mansión de fatigas y rigores, me gratificó tanto que, aunque quisiera, no podría faltar a esa cita en la que mi nada  -de eso puedes estar segura- se hace presente como si, por un milagro, mi cuerpo y mi alma pudieran desdoblarse y repartirse, y hacerse presentes allí, donde la soledad y la incomunicación, las más insufribles armas, son una palpitante realidad de cada hora de cada minuto.
¡Eres preciosa, mi pequeña niña! Te esperaba, desde aquel día que la” mamá-blanca “,  poniendo a prueba todos sus valores, te arrancó de un vientre exhausto para  abrir tus ojos a la vida.
 No me canso de mirarte, porque no eres un sueño bonito en el que deleitarme  y pasar más tarde la página del olvido. No, tú, pequeña Isabel negra, eres de carne y hueso, a la que cuanto más miro más puedo reconocer como mía, y no porque lleves mi nombre,  sino, porque, al tenerte entre mis manos, noto que me brota un manantial en los adentros que  me llena de fervores como si amaneciera en un día festivo.
 Hace tiempo que no me siento tan joven y mayor al mismo tiempo. Tú, niña tercermundista, no puedes entenderlo, pero yo también un día, anciano ya, tuve vocación de  ola que navegando por los mares de todos los universos perdidos, pudieran llegar hasta ti y ser manos que te ayudaran a nacer, que te mostraran las primeras letras, que acariciara tu piel de chocolate arañada por los soles implacables que te castigan con sus huellas sin respetar tu inocencia, y darán con tu vida posiblemente, en  una precoz sepultura
 No, no puedo soportar tales  pensamientos y menos ahora que te siento parte de mí. ¿Por qué la vida, me apartaría, en aquella prehistoria de mis vírgenes deseos, de poder estar hoy entre tus besos, tus sonrisas, entre tus lágrimas…? No obstante, gracias a ti, hoy, después de tantos años, puedo proclamar mi juventud, porque a pesar de mi impotencia para evitar tus males, a pesar de aquella mi vocación frustrada, a pesar de que nada  tengo para darte, la sangre me bulle en las venas y el ritmo de mi corazón palpita como en sus mejores tiempos al caer en la cuenta de que ese Tercer Mundo -¡maldita sea!- no es sólo de países perdidos en puntos negros de los mapas, sino que, aquí, en mi ciudad, en mi  barrio, en mi escuela, hay muchos seres humanos que viven en un caos tan tercermundista como el tuyo, porque nosotros, los cultos, civilizados, progresistas,”primermundistas”, olvidamos y marginamos a los niños problemáticos, olvidamos y marginamos a los jóvenes que día a día suicidan el vidrio de su mirada con el aguijonazo de la droga, olvidamos y marginamos a los minusválidos, a los homosexuales, a los gitanos, a los ancianos e incluso a aquellos que, por las razones que sean, ni tienen ,  ni son de nuestro mismo  Dios.
 En mi cartera, querida niña, entre las fotos de mis hijos, guardo la tuya. La llevará siempre conmigo para recordarme, cuando coma, que tú pasas hambre, y cuando llegue a mi escuela cada mañana. que tú tal vez  n o puedas escapar  de ese alto porcentaje de analfabetismo de los países subdesarrollados, para recordarme, cuando no pueda más con el trabajo, que tú, por pequeña que seas, tendrás que ser mano de obra, aportar el capital económico de tu esfuerzo que deberá servir al grupo familiar para contribuir a mejorar sus condiciones de existencia, en cualquier caso, porque no se te permite ser una carga más a la célula familiar, y para recordarme, cuando me abata la enfermedad, que tú, mi niña negra, tendrás que soportar y difícilmente sobrevivir a los efectos catastróficos de las múltiples enfermedades endémicas y, en fin, para recordarme, cuando me asuste la muerte , que a ti ronda como presa fácil que arrebatar sin rebeldías ni protestas.
Si llegas  cumplir años, quiero que alguien te cuente que una maestra, una humilde demasiado gordas para resolverlas con buena voluntad de individuos aislados. No  obstante, quiero que alguien te cuente también que me serviste-eso sí está a mi alcance- para entender mejor a la gente de mi mundo, para entenderla, respetarla y amarla.
 Y, como otra cosa no puedo mandarte, que esa misionera que un día, pensando en Lucrecia, pensando en Isabel, te puso mi nombre te haga con este trozo de papel una pajarita que salte y se arrugue entre tus manos. Así, sólo así, percibirás, jugando,  el cálido beso fuerte que te envío, posando mis labios en tu carita negra, mata de cabellos anillados.





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