Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

15 nov 2019

Historias de una aldea VI


La Manuela, boca arriba en la cama, no paraba de relatar disparates, y la Chacha, a punto de caerse de la cama, exclamó:
-¡Coño, que te calles a ver si podemos cerrar los ojos que  ya tenemos bastante con estar como piojo en costura!
-¡Ay, si  es que mi Domingo en un calabozo oscuro y sentao en el suelo...!
-¡Olvídate del Domingo que seguro está mejor que nosotras y que cierres la boca de una puñetera vez!
Por uno minutos se hizo silencio, aunque  ninguna dormía por más que lo intentaba. De pronto la Manuela, exclamó:
-¡Ay, que me meo!,  ¡que no puedo aguantar!
¡Lo que faltaba! –exclamó la Chacha, echándose abajo de la cama- ¡Anda, hija,  ahí tienes la escupidera! ¡Ten cuidao no te mees fuera!
La Manuela, saltando por encima de la Gregoria y con la ropa  por la cabeza,  exclamó:
-Perdonad, pero no puedo aguantar y es que estoy enflatá de tanto disgusto y sin probar bocao...
- ¡Anda, leche! -exclamó la Chacha-. A ver si pierdes carnes que falta te hacen.
Y la Manuela, medio en pie y haciendo puntería a la escupidera  sin conseguirlo  soltó un chorro que dejó la escupidera casi llena. ¡
-Ay, san Pancrecio y tos los santos la que has liao! –exclamó la Chacha, sin poder acercarse a la cama. ¡Has dejao el suelo chorreando de meaos!
-Pues, yo también me meo –dijo la Gregoria-, y la escupidera está rebosando.
-¿Qué hacemos? –dijo la chacha-. ¡La madre que nos parió! Y to por el compadre que ha perdío la cabeza
Y sin pensarlo dos veces, con sumo cuidado  y con las dos manos, cogió la escupidera y por un ventanuco, que daba a un descampado, cogió algo de impulso y arrojó los orines, pero con tan mala suerte que parte de ellos le cayeron encima, provocando una carcajada de la Manuela y la Gregoria, mientras ella exclamaba:
-Me cago en la   madre de la escupidera y de tos vosotras  que me habéis metío en este lío, y yo lo que tenía que hacer es estar en mi casa. Jarta estoy de tanta chuminá que la comadre esta apalancá  en su Domingo y las demás, al carajo
-Ay, ay, qué saltaero tengo! ¡Ay, que malos infundios!
-¡Joía, que tienes de to pero la boquita no la cierras. Un buen zangarreo es lo que te hace falta.
A partir de ese momento, y sin dejar de mirar el reloj que ya eran las cuatro de la madrugada, la chacha, chorreando orines, y sin saber que hacer, seguí relatando, que no había quién la callara:
-¿Y qué hago yo ahora con las enaguas y to chorreando orines?  ¡En lo que me ha metío el joío Domingo y la madre que lo parió! ¿Dónde leches voy yo llena de meaos? 
La Manuela,  con apariencia de estar muy compungida le propuso algo:
-Tranquila, comadre. Podemos echarte el agua de la jarra y te enjuagas un poco las enaguas.  ¿Llamamos al Piquiqui y le contamos lo que nos ha pasao, a ver si  pudiera  buscar un vetío de su difunta...  
-¡A la mierda tú y el Piquiqui! –exclamó la Chacha? ¿El vetío de una muerta?  ¡A ti se te ha ido la torre! Hasta repelucos me dan de pensarlo.
Alrededor de las ocho, unos golpecitos en la puerta y la voz del Piquiqui  las alertaron.
¿Quién es? –preguntó  la Chacha.
-Perdonen  las señoras que las despierte, pero ha venío un guardia y que a las nueve pueden ver a su marío.
-¡Ay, ay, mi marío que ya está libre! –repetía la Manuela-. ¡Vámonos ya que el pobre mío habrá pasao una mala noche!
La chacha, en jarra delante de ella, exclamó:
-¡La madre que te trajo!  ¿Mala noche? ¡Claro, como nosotras hemos estado de Noche Buena cantando y bailando! ¿A ver dónde voy yo meaíta de arriba abajo con vuestros meaos?
-¡Eso se te seca  na más pisemos  la calle!  -se atrevió a decir la Gregoria.
-¡Y una mierda se me va a secar! -contestó la Chacha.
Sin lavar, sin peinar y con los vestidos hechos un higo, llegaron al cuartelillo: -¿Dónde está, dónde esta? –preguntaba acelerada la Manuela.
-Tranquila, señora, que tiene que pasar por la sentencia.
-¿Qué sentencia?
-¡So chocho la que le ha liao al sabio y a to  el personal, y qué peste llevo encima! ¡qué inrritación!
-Una multa de cincuenta pesetas y amonestaciones  que era palabras que a  la Manuela le sonó muy gorda.
En el coche de Manolito, que en la aldea hacía de taxis en urgencias, regresaron a la aldea. Durante el camino, los cuatro  sin cesar de dar cabezadas, y el Manolito sin cesar de repetir:
-¡Qué olor más malo! Alguno ha pisao una mierda, ¡qué mal huele!



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