Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

8 nov 2019

Capítulo IV

El autobús  tras largo recorrido, recogiendo gente, se detuvo definitivamente,  en la puerta de una  casa, situada a las afueras de un pueblo: 
-¡Ea, to el mundo abajo! –exclamó el conductor- ¡A ver si cuando os recoja estáis toas como palmitos! 
Un hombre, con apariencia de normalidad, aguadaba en la puerta:
-¡Pasen pasen las señoras; al fondo a la derecha! 
El pasillo, era largo, estrecho e iluminado por una leve luz roja. La Manuela, agarrándose al brazo de la chacha, exclamó. 
-¡Coño que da cosa! 
-¿Qué te pensabas que era una caseta de feria? Estas cosas son así –contestó la Chacha como más preparada y culta. 
El salón era  grande y con poca luz también y como todo mobiliario tumbonas blancas alineadas  por separado. La mujer de López, frunciendo el entrecejo, exclamó: 
-¡Qué raro! ¡Vemos menos que  Pepe leches! 
Sin atreverse a  dar un paso más, el grupo de mujeres entre los que iba algún hombre, como arropándose unos a otros y en pelotón, esperaban en el quicio de la puerta. Una voz de micro, los solivianto: 
-Buenas tardes, hermanos, pasad,  pasad y sentaos; las mujeres a la derecha y los hombres a la izquierda. 
Con recelo iban separándose unos pasos y tomando posesión de las tumbonas quedándose sentados en el filo. 
-Buenos días y buen viaja haigan tenío ustedes -volvía a saludar la voz de un hombre que esta vez, ante la vista de todos apareció con una zamarra blanca de manga corta sobre una camisa negra, un pañuelo a modo de turbante en la cabeza, pantalón a media pierna y zapatillas de cuatro tiras- Sé que venís porque estáis tos tocaos de algún mal, pero  tos los males los vamos a echar fuera. Apretad el botón de la tumbona, que está vuestra derecha y tumbaos. 
La Manuela que  no se despegaba de la Chacha, exclamó: 
-¡Si parece  de campo! 
-¿Y qué esperabas, so leche, a un rey mago? 
Al accionar  los botones se produjo un crujido general y un murmullo  que acalló el sabio: -¡Tranquilos; no pasa na! Van ustedes a estar mu relajaos y como en su cama. 
La tumbona de la Manuela de un golpe la tiro para atrás, dejándola con las piernas para arriba y los zapatos por el suelo. 
-¡Ay, chacha, que he caído mal, que se me ha enrrollao el vestido! 
-¡Calla, coño! –exclamó la Chacha. 
El sabio, santiguándose y con los brazos en cruz susurró unas palabras que parecían una oración. Después, dijo: 
Cerrad lo ojos y dejad la mente limpia de to, pa que los males puedan salir. En absoluto silencio, el sabio,  de tumbona en tumbona, iba haciendo una cruz en la frente de todos y cada uno. Al llegar a la Manuela, exclamó: 
-¡Hija, deberías taparte un poquito que no estás en la playa! 
La Manuela trató de estirarse del vestido, pero, no había forma; se había quedado a punto de aterrizar en el suelo de cabeza. 
Ahora –dijo el sabio- os vais a dormir. Os entrará mucho sueño y los males irán saliendo de los cuerpos.

El Domingo que, en su coche, que era una tartana, y guardando  bien las distancias, había seguido al autobús, disfrazado y que ni él mismo se conocía, de puntillas, apoyado en un viejo bastón  entró en el salón. El sabio, al verlo exclamó:
 -Señor, por favor, quítese el sombrero y échese en una tumbona; llega un poco tarde, pero por respeto a su edad… 
-¿Qué edad ni qué coño? –exclamó el Domingo-. ¿Quién te has creído que eres? ¡Eres un sacadineros   y engañabobos, pero  a mi mujer me la llevo de aquí  ahora mismo! 
Las tumbonas, todas, como por un resorte, se enderezaron, rompiendo en una exclamación: 
-Qué pasa?   ¿Quién es? 
La Manuela, rápidamente lo reconoció y también la chacha. 
-¡Ay, por Dios, comadre, el Domingo! ¡La madre que lo parió! ¡que no puedo levantarme, que se calle, por Dios! 
Y pataleaba sin poder enderezar la tumbona, mientras la Chacha, acudía a sosegar al Domingo: 
--¡Calla, hombre, calla! ¿Y dónde coño vas que pareces escapao de la loquería? 
¿Qué a dónde voy? ¡A cantarle las cuarenta a este hijo puta que  engaña a mi Manuela! 
Y abriéndose paso entre las tumbonas y las mujeres alborotadas, llegó hasta el sabio que con buenas palabras  trató de tranquilizarlo: 
-Estás confundío o has bebío, hombre… 
-¿Qué he bebío? –interrumpió el domingo, levantando el  el bastón-. Pos mira, hijo puta, este confundío viene a cantarte las cuarenta… 
-¡Domingo, Domingo! -gritaba la Manuela-,  ¡calla por Dios que te  estás metiendo en un lío! 
¡Calla tú que a ti ya te ajustaré yo las cuentas y a la comadre también, que es la que te ha metio en esto!

No hay comentarios: