Aconteció en nuestro
tiempo que tras cinco años de guerra en un país, gran parte de la población tuvo
que dejar su casa por miedo a perder la vida. Un modesto matrimonio, llamados
María y José, María en estado de buena esperanza, llegaron a España buscando
refugio, seguridad, sobre todo, para el hijo que esperaban.
De puerta en
puerta iban pidiendo un mínimo de ayuda para
su alojamiento, pero, “no hay posada” –repetían unos y otros-; volved a vuestra
tierra”. Así caminaban sin rumbo en la noche, cuando divisaron una chabola abandonada a la salida de una
gran ciudad.
Sucedió que el segundo día de pernotar en aquel lugar una grúa
municipal los desahució, dejándolos a la intemperie una noche muy fría de un
veinticuatro de diciembre del año dos mil dieciséis. Sin saber dónde
refugiarse, retomaron el camino. Repentinamente se vieron obligados a
detenerse y buscar nuevo refugio ya que María presentaba síntomas de eminente
alumbramiento.
José divisó a lo lejos
los arcos de un centenario puentecillo. Allí, María –exclamó-, allí podrá nacer
nuestro hijo. Buscaré pasto, buscaré
leños, encenderé el fuego y esperaremos a nuestro hijo. Y José,
extendió el pasto, lo cubrió con su vieja manto y el niño nació.
Gente trabajadora
en cambio de turno de una fábrica cercana, al verlos le ofrecieron lo que
llevaban: algo de comida y abrigo, pero prometieron dar parte a los Servicios
Sociales. Así al siguiente día se personaron
en el lugar tres mujeres provistas de todo lo necesario para
atender al niño y darles cobijo durante el tiempo preciso para que pudieran retomar camino a su país reino de guerra y destrucción.
Y esto no es
un cuento, es la realidad de un mundo
que
nos hemos repartido, defendiendo a dientes nuestra mejor parte. ¿Y celebramos
la Navidad, olvidados de “María y José” que están ahí, en una mala chabola con
un niño que tiene frío y hambre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario