No era ni refinado, ni culto, ni poderoso. Era, un trabajador de la construcción, hombre
sencillo que, tras larga y penosa
carrera de obstáculos, me esperaba pacientemente, con la sonrisa a flor
de gesto, con una mirada penetrante y serena, en lo más alto de la sierra donde habíamos quedadopara presupuestar una pequeña obra.
Circunstancias,
ajenas a mi voluntad, me retrasé casi dos horas, Llegué angustiada, pidiendo
excusas.
Él, hombre de manos grandes, hechas a
trabajos duros, mediando tan sólo una sonrisa, al verme, se apresuró a mi encuentro, exclamando: no pasa nada, mujer. Aquí se respira bien y me entretuve en buscarle una rosa: la mejor rosa encontrada. Cójala sin miedo. Le he quitado las
espinas.
Inmensamente agradecida, le
correspondí con palabras del poeta sin sonido: la flor que amas no te hará daño,
porque en mi ofrenda, no ha lugar el escozor de las espinas.
Burdo, hecho a duros trabajos, era, no obstante,
belleza, ternura, amor materializados en aquella rosa sin espinas Se llamaba Juan.
No sabía nada de poesía.
La vida es como una rosa: hermosa, pero con espinas.
Tratemos de quitar aquellas que vayamos a "regalar"
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