Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

11 dic 2016

Depresión

Hoy os traigo, amigos,  un texto, que como otros, ya algunos conocéis. Quiero decir que no es de hoy ni de ayer, pero siempre habrá alguien que lo pase tan mal como lo he pasado yo muchas veces y en esta ocasión especialmente.
DEPRESIÓN
Una vez más, y sin causa aparente, me despierto con una depresión tal, que  el amanecer que tanto me gusta, mi café de las seis de la madrugada, mis artículos pendientes, todo, hasta el pensar, se me transforma en una especie de enorme, de gigantesca bola que se me acerca y me tengo que tragar. En mi interior solo unas palabras: no puedo, no puedo. Me siento impotente para dar un paso, para salir de la cama, para beber un trago de agua, impotente total para todo: no puedo, no puedo  es una voz interior que me paraliza
No, no se trata de un bajón pasajero, de una hora de astenia… ¡Qué va! Me noto taquicardia y un dolor físico inexplicable. Es como si me doliera la piel de todo el cuerpo. Pienso que es mejor la muerte que sentir algo tan tremendo. Me quiero decir que igual que otras veces, pero me digo que no, que es distinto: Me duele la cabeza, tengo ganas de vomitar, me noto como atascados los sentidos. Bloqueada, mareada, con el vello  erizado  por un mal sueño. ¿Qué hago? ¿Qué tomo? ¿Llamar a mis hijos? Estarán durmiendo y en una hora correrán a sus hijos, a sus trabajos… ¡No, no los molesto para esto! ¿Qué me pueden decir ellos que yo no me diga? Además, esta es mi hora; ellos tendrán que vivir la suya. ¿Llamar a un amigo/a? ¡Si tengo la impresión de que nadie me quiere, nadie me acepta, nadie se preocupa para nada de mí! Creo que no tengo amigos; ¡ni uno! ¿Llamar al médico? Ya me sé de memoria sus diagnósticos y tratamientos. No, nos los quiero; me duermen, me inflan de pastillas, me dejan más ausente de todo… ¡Pero si no puedo coger el teléfono, si no puedo ponerme los  zapatos, si no puedo, no puedo…!
¿Y qué hago? ¿Dónde voy así? Tan sola, tan mal…. ¿Quedarme en la cama? ¡Pero si la cama me resulta un tormento! ¿Sentarme y  ver la tele? Me aburre, me cansa… No, no quiero  televisión, no radio, ni libros, ni ordenador… No, no quiero nada. Oscuridad, silencio, quietud, tal vez. La gente duerme engañada de todo lo que le echen, la gente come, baila, se divierte…
Como robotizada entro en el baño. El espejo, ¡siempre el espejo! Me miro y trato de esbozar una sonrisa.  ¡Si tienes buen color! –me dice-. ¡Si estás que no pasan días por ti!  ¡Anda, calla, embustero! Me visto, al fin, decido salir a la calle. Es noche todavía y mi cafetería está aún cerrada. Doy unos pasos de espera. Nubes bajas, negras, gotas gorda… Acelero el paso, abro el paraguas, me tomo el pulso, acaricio al paso la rama de un arbusto: ¡Ayúdame, pequeño árbol! Huelo un jazmín. ¡Ayúdame, pequeña flor! Me dejo caer en el tronco de un gran árbol de mi Avenida: Tú puedes, árbol. Tú estás vivo y eres gigante; ayúdame. Me detengo junto a un perro que vaga por la calle: ¡Hola amigo! ¿Tienes frío? ¿Tienes hambre? ¿Estás solo? Eres guapo y tienes cara de bueno. Entre tú y yo no hacen falta explicaciones. Me miras, me entiendes, te hablo: ¡Pobre! Tú no puedes vivir sin amor; yo tampoco. Tú necesitas compañía; yo también... Vente conmigo; voy a tomar un café; te invito a lo que pueda darte. Y me habla: Sin más, me sigue pegado a mis botas y bajo mi paraguas.
Un halo de mejoría me noto. Sí, estoy mejor.
Y esto no es un cuento literario, es una confesión de la que no me siento, precisamente, orgullosa.  Es lo que hay, lejos de todo tipo de inventos para rellenar entradas y salir del paso. Es la verdad dura y pura a la que se enfrentan, nos podemos enfrentar  cualquiera a diario, millones de seres humanos. Muy poco podemos hacer, excepto ayudarnos a nosotros mismos cuando nos toque.



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