En un pueblecito lejano
vivía un hombre mago que ayudaba, con su magia, a resolver los problemas de sus
vecinos. Un día les dijo: he sembrado un arbolito en el jardín para que crezca y luzca en la navidad pero precisa
para crecer que lo reguéis con vuestros deseos. puede que algún día sus frutos
sean vuestros deseos hechos realidad.
A partir de aquel día, la
gente acudía al jardín y colocándose al lado del arbolito formulaban su deseo:
Preciso dinero para ser
feliz adquiriendo las cosas que deseo –dijo un hombre.
Preciso poder para tener a
mis vecinos doblegados que no hay quién los gobierne. –dijo el alcalde.
Preciso campanas potentes para que esta gente
vaya a Misa- dijo el cura.
Preciso mejores libros,
materiales para que aprendan mis alumnos –dijo un maestro.
Preciso premios para que me lean y ser famoso –dijo el poeta.
Preciso belleza para no tener que envidiar a
ninguna mujer –dijo una mujer.
Preciso más farmacias y recetas para que la
gente se olviden un poco de mi –dijo el médico.
Preciso que mis padres me dejen más libre para
ser feliz –dijo un joven.
Así fue pasando el
tiempo y, no obstante la riega de
deseos, el arbolito no crecía. La gente empezó a clamar:
-El sabio nos ha engañado.
Pero el sabio, los reunió ante el arbolito y dijo:
Todavía faltan los deseos de un niño y de un
anciano. Veamos qué desean.
-Yo quiero jugar –dijo el
niño.
-Yo quiero que no me falte el pan –dijo el anciano.
En unos instantes, y ante la expresión de deseos del niño y del
anciano, el arbolito empezó a crecer.
-Cómo es esto? –se
preguntaba la gente.
-Muy sencillo -contestó el
anciano-. Vuestros deseos solo eran
expresión de vanidad, poder. El niño y el anciano han pedido justo lo
que precisan sin más ambición.
Y el árbol, cada año,
cuando llegaba la Navidad crecía y crecía junto a un gran belén que los vecinos,
con la lección aprendida, colocaron
junto a él. Y desde entonces el árbol de Navidad.
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