Buenos días amigo/as: próximo el Día del Libro, he pensado que
tal vez os guste ir leyendo mi Álbum de Recuerdos, referido a mi paso, como
maestra por lo que entonces era la aldea de Fuente Carreteros, y hoy un
precioso pueblo con el que me reencontré el año pasado en una privilegiada
invitación.
Algo dentro de mí me atenazó la garganta en una emoción que
difícilmente podía expresar. Era como si, entre el pasado y el presente, se hubiera extendido un gran
puente por el que yo sola caminaba.
Pero antes de entrar en esta preciosa aldea, hace ya tantos
años, considero imprescindible saber de dónde y cómo venía.
A la izquierda la aldea que encontré hace tantos años... A la derecha el precioso
pueblecito que es hoy
(Lo más seguro sea que muchos lectores de este blog recuerden este capítulo de mi vida, narrado aquí hace ya algún tiempo, pero es imprescindible para entender mejor lo que seguirá DM)
Era un 15 de julio de hace ya
muchos años. Amanecía. No había dormido en toda la noche. Eran ya semanas de
insomnio. Mi almohada, empapada en lágrimas, quedaba allí, en aquella
habitación perdida en una gran galería, escenario de mi vida religiosa durante
años. Y allí quedaban pesadillas, noches, muchas, de temores, de
angustias, de recuerdos… La con una
forzada y austera sonrisa, exclamó desde la puerta: ¡Es tarde; date prisa!
Una vieja y pesada maleta de madera con
cuatro trapos de nada, que era todo mi equipaje, a punto desde la noche
anterior, era como un acuciante reclamo al que me resistía. Alguien, desde el
umbral de su dormitorio, exclamó: ¡Dios te guiará! También el resto de
compañeras, sobrecogidas, desde que se conoció la noticia de mi salida, me
decían adiós sin palabras. Me detuve unos instantes en aquel gran jol de suelos
acristalados, donde la imagen pequeñita de la Virgen Milagrosa, con los brazos
extendidos, era siempre como mi refugio de paz en medio de las más grandes
turbulencias. El gran reloj de la capilla daba la hora: las siete de la mañana.
La superiora me precedía sin cesar de
repetir: ¡Es tarde!, y yo, casi una niña, sin poder con la maleta y
mucho menos con cada paso que daba alejándome de aquella vida que amaba más que
a la mía propia, trataba de acelerar pero mi despedida se extendía a cada
rincón, a cada momento de mi historia vivida en aquel lugar que iba
regando con lágrimas. Una instantánea parada en la puerta de la capilla y unas
oración, la última de aquella mujer que, sin duda, creía cumplir con un deber: A
Vos la confío, Señor.
No hubo tiempo de espera en la
estación. Mi tren entraba ceremonioso nada más llegar: ¡No me deje, por favor,
no me deje! –le repetía abrazada a su cuello y en llanto que me cegaba los
sentidos-. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿A dónde voy? ¡No me deje! Vas a tu
casa, pero ya sabes, ni un apalabra; tu padre sigue delicado. Es voluntad
de Dios y Dios escribe derecho con renglones torcidos –fue su contestación,
despegando, más bien bruscamente, mis brazos de su cuello.
Subimos al tren. Literalmente, yo no
veía presa de una congoja que me había bloqueado por completo. Pero me encontré
sentada en un vulgar departamento y junto a una ventanilla en la cual reposaba
la cabeza. Unas palabras me llegaron como todo un gesto compasivo: ¿Son
ustedes la pareja de guardia? Por favor, esta joven no se encuentra muy bien.
Va a Villa del Río. Cuiden de que se baje allí. No se preocupe, señora.
Unos instante más, y los primeros traqueteos del tren, me devolvieron a la
realidad. Levanté la vista en busca de aquella tan querida para mí mujer, pero
había desaparecido. Solos dos guardias civiles, frente a frente me
observaban con curiosidad y silencio.
¿Qué haría? ¿Dónde iría? ¿Cuál sería mi
siguiente destino? No conocía el mundo, no sabía dirigirme por mí sola: había
perdido, si alguna vez lo tuve, el hábito de pensar, de conducirme..-. Era como
un naufrago arrojado a un inmenso mar sin más salvavidas que unas palabras: Voluntad
de Dios.
Y a ese Dios, que escribía derecho con
renglones torcidos, le pedí que me llevara con Él. No, no quería, no sabía, no
podía vivir… Mi futuro un túnel negro, muy negro, sin más salida, que yo viera,
que la muerte
El tren en marcha, y yo con billete a
ninguna parte.
1 comentario:
Espero la continuación. un beso
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