Buenos días, amigos/as: Sigo con mis recuerdos de aquel
querido pueblo, hoy, Fuente Carreteros.
Rodeada de tantos y buenos amigos, aquel pasado día de agosto, con la plaza convertida en mágico escenario, me impactó como nunca hubiera imaginado.
A finales de septiembre comenzaron las típicas tormentas
en aquellos años. ¡Cómo recuerdo una noche, en la casa de don José y tras
terminar el rosario en la iglesia! Se fue la luz, y la plaza era una techumbre
de culebrillas que se traducían en grandes truenos.
Del bar del “Mosca”, salían
corriendo los cuatro hombres que por allí quedaban. Las casas se iban cerrando.
Se levantó tanto viento que las campanas se removían imprimiendo a la noche una
nota de terror. Doña Carmen -madre de don José que pasaba temporadas allí-
rezaba el trisagio a la luz de una mariposa de aceite, y don José salía y
entraba, preocupado por aquella gran tormenta que en unos minutos se tornó tal granizada
que se oía golpear tejados y cristales.
De pronto se abrió la puerta y
apareció Juanele, un hombre-niño, dada su discapacidad psíquica, chorreando y
con la camisa por la cabeza. Apenas hablaba pero sus constantes servicios lo
hacían querido y respetado por todos. Doña Carmen al verlo, exclamó: ¿pero
dónde vas con la noche que hace? ¡Pasa, pasa y siéntate! ¿Te sucede algo?
¿Buscabas a alguien? Y aquel hombre niño, alto delgado, de ojos inexpresivos y
de grandes silencios, balbuceo de mala forma. como era habitual en su pobre
vocabulario: busco a la maestra. No está en lo de Carmelita. Es mu apañá.
¡Cómo
puedo olvidarme de Fuente Carreteros! Creo que nunca, en la vida, nadie me ha
buscado con más cariño e interés que aquel hombre de gran corazón y mente
chiquita.
La tormenta pasó, y la plaza, de nuevo, escenario de mayores y
pequeños, eclosión de comentarios y miedos reprimidos.
Don José y un municipal
desacataban la alcantarillo única de la plaza. Los niños saltaban charcos y
hacían bancos de papel. El cielo se fue despejando. La aldea, una gran laguna.
El olor a tierra mojada se expandía como preludio del otoño que llamaba a las
puertas, y yo creo que lloraba por dentro: era la emoción de tantos y grandes
momentos de vivencias compartidas, y era Jaunele, y era la tormenta que para
siempre recordaré cada vez que por el cielo asome una nube, y era mi vida un
puñado de inquietudes, deseos e interrogantes.
Rodeada de tantos y buenos amigos, aquel pasado día de
agosto, con la plaza convertida en mágico escenario, me impactó como nunca
hubiera imaginado.
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