Queridos amigos: Os prometí buscar la
segunda carta que tras quince años dediqué a mi alumno Toni. Aquí os la
transcribo y podéis estar seguros de que no os engaño ni ahora ni nunca: no
puedo leerla sin llorar. Ya me diréis. Besos y gracias a todos.
CARTA A TONI
TRAS QUINCE AÑOS
(Publicada en el Diario hace años)
Sí, Toni, el alumno del capítulo anterior,
aquel niño menudito, de gafillas y piel de melocotón que, durante tres años me
tuvo como tutora. Todavía puedo verlo ausente de cuanto le rodeaba y sumergido
en un mundo de rea¬lidades que ni entendía ni aceptaba.
Y hoy, cuando han pasado quince años, me
has sorprendido, mi querido Toni, en el Polígono Industrial de Chinales A pesar
del tiempo, no he dudado un instante en reconocerte, mi querido Toni.
Evidentemente has crecido, pero sigues siendo aquel pequeño de rabietas,
transformadas en lágrimas que churreteaban tu rostro desconcertado ante el más
mínimo gesto crítico de los mayores que, solías interpretar, y no estabas
descaminado, como evidente violación a tu compleja personalidad, a tu singular
forma de ser.
Te has abalanzado en un abrazo a mi cuello,
nada más descubrirme y, en pocas palabras, pero en profundo significado, he
conocido el drama de tu vida, si bien, créeme, al pensar en ti a lo largo de
estos quince años, casi que lo había adivinado.
No encuentro trabajo -me decías-. Nada más
levantarme, me lanzo a la calle en busca de lo que sea, pero, ¡está la cosa tan
mal!, y luego, mi madre que me está hundiendo: se pasa los días diciéndome que
soy un inútil, que no sirvo para nada.
Tus palabras, querido Toni, me estaban
haciendo daño en el alma. Me dijiste que no tenías amigos, que, nada más llegar
a las empresas, ni te escuchaban, que, a ratos, leías, a ratos, llorabas y que,
me recordabas como lo mejor de tu vida.
Y mientras tales tribulaciones me
confiabas, tu mirada, fija en la mía, era como un SOS que necesitaba urgentes
respuestas.
He escrito un libro -me dijiste-. Como
usted nos enseñó... Se lo voy a llevar a su casa un día.
¡Cuánta impotencia y cuánta pena! Ni una
sola noche, tras aquella mañana, me he entregado al sueño sin recordarte, sin
imaginarte llamando de puerta en puerta de una sociedad, de un mundo donde no
hay sitio para ti, ni para los que son como tú, pero es injusto y bárbaro
negarte el trabajo que, sin condiciones, buscas, necesitas sobre todas las
cosas, desde hace... ¡tantos, tantos años!
Una tarde, hace unos meses, Toni llamó a mi
puerta; me traía su libro caligrafiado y prosaicamente encuadernado: Se lo
regalo. Se llama la “Gallina de los huevos de oro”, pero no es como la historia
de verdad; este libro es de risa.
Lo he leído y releído mil veces, pero lo
que más me emociona, lo que jamás podré agradecer bastante, son las palabras de
la dedicatoria: Para ti, mi maestra, porque has sido lo mejor de mi vida.
¡En qué cruel y despiadada competitividad
vivimos, amigos! ¿Qué clase de hombres somos? No lo puedo remediar se me rompe
el alma y os pido que todos estemos atentos a esos seres humanos que, por
alguna clase de disminución, son, prácticamente, arrojados al monte Taigeto sin
compasión.
Y esta maravillosa versión del
Quijote, dibujo de aquel pequeño, la llevo siempre conmigo.
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