CARTA A EMI
Anochece en la sierra, querido amigo: Un vientecillo agita las
ramas de los pinos, mientras el sol, como mariposa de mil colores, pliega sus
alas por entre las montañas de jaras y encinas. Una especie de latido conmueve
las entrañas del lugar. Por unos instantes, la naturaleza se torna expectación:
pájaros que vuelan, media luna blanca que empieza a dibujarse en el cielo;
secretos que emergen de los profundos abismos al conjuro de la noche, sombras
que se extienden solemnes en la estampa viva de esta hora, donde yo, nada,
acallo recuerdos y sólo tengo voz para la nostalgia.
Paso tras paso por el
camino de polvo, transito sin más compañía que el sol poniente. Sol que muere
allá en el horizonte de pinos redondos, mientras la luna, ya rutilante, va
siguiendo mi rastro que busca el yermo negro, garganta que pondrá voz a este
embrujo que ha enmudecido, con el último rayo verde, las alegrías, los colores,
la música... de esta fuente viva que es el pozo, y el chirriar de cancelas, y
el volar de palomos, y tus pasos, tus palabras por este camino, susurros ya
pasados que reverbera el camino, la hora, tu recuerdo y que, no obstante, oigo,
al fin, tu voz, allanando la morada del silencio, del viento... de los sueños-.
Y el yermo, monstruo bueno, extiende sus brazos a mi tímida voz, que cada vez
más coronada por la luna, se crece, clamando ¡Emiii! ¡Emiii!
Y por entre montes, riachuelos, horizontes, hojas dormidas... el
yermo, como beso que estallara en mil rutilantes
destellos, repite y canta mis palabras
al viento: Emi, ¿dónde estás? -repite en
sinfonía con esta sierra virgen, nido de alimañas y bandoleros.
Un rastro irisa de luz el camino de retorno; las huellas de la
amistad me devuelven la felicidad por las cosas soñadas que se hicieron realidad
por la magia de un repente y en un repente sin nombre se esfumaron para
siempre. Pero me queda, amigo, el eco de palabras pronunciadas en el amor de
los instantes, de la complicidad, del silencio..., siempre queda el rescoldo de
sentires compartidos en la paz de los momentos, siempre queda, alada, vigorosa,
como un bello sueño, la imagen del efímero caminante con una sentida canción:
“hombre pequeñito, déjame volar..” ¡Sí, yo pequeñita, te dejo volar! Libertad
para ti, libertad para mí es lo que quiero: jamás olvido-
¡Mira, mira, cómo esta
sierra cordobesa se resiste en colores a ser triste y oscura! Ya se van los
pastores…
Tú fuiste testigo de aquel dúo de sueños. ¿lo recuerdas? Un beso.
Isa
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