Feliz con un pozo, un cubo, una cuerda y el aire fresco de la sierra que huele a libertad
Hoy es jueves. Sí, ayer tuve que ir al médico para un chequeo rutinario. Un poquito de descanso –me dijo y… ¿Descanso? -lo interrumpí-. No puedo
estar sentada más de un cuarto de hora, no puedo dejar de salir tan
temprano a tomar mi café y empezar a escribir, no puedo…
Mi retahíla de necesidades
se elevaba y se refería a cada momento del día. Él callaba y sonreía. Me
examinó muy detenidamente –un gran médico, por cierto- y tras una larga charla,
confirmándome mi buen estado de salud física, entre otras cosas, exclavmó: ¡le
voy a recetar solo una cosa! Se me quehdó mirando y exclamó: que no cambie
nunca. ¿Cómo? ¡Si soy un desastre! ¡Si no salgo de un mareo, cuando ya
tengo un ataque de pánico! ¡Si cuando no tengo neuralgia me come la
alergia! ¡Si cuando...! Secuelas, Isabel, secuelas que le ha dejado la vida,
pero no, olvide mi receta: no cnadie nunca.
Y con la receta pegada en la frente salí de la
consulta y con ella me levanté esta madrugada. Tenía una cita, entre
obligada y deseada. Hora, ocho de la mañana, pero a las seis ya estaba
robotizada y aterrada. Me comía la agorafobia. ¿Cómo salir, desplazarme,
saludar etc. sin tener quién me acompañara, sin un brazo que me diera
seguridad? No voy, sí voy...¡Uf! No encontraba el bolso, no encontraba las
llaves, se me caían las cosas de las manos, me ponía la ropa al revés, una
especie de cataratas me crecían sin apenas dejarme ver con claridad..
Voy, no voy….
Salgo a la terraza. Mi avenida un vaho de
silencios, oscuridad y los
semáforos a lo suyo: rojos, verdes, anaranjados... Y yo, tragar aire, soltar
aire despacio, muy despacio. Mirar a las lejanías, relajarme... Me arreglo, me
miro al espejo y me veo angustiada, asustada... De pronto se me ocurre una
idea: saco un porta maletas, le adjunto, como puedo, mi cartera de actos
importantes y, ¡hala! Una improvisada mano a la que asirme. Miro y remiro
mi invento y pienso: ¿qué van a decir de mí, cuando me vean tirando de un
carrito al amanecer? ¿Me tomará por loca mi importante protagonista de la cita?
Me sudan las manos, me tiemblan las piernas... Es la hora. ¿Llamo o no llamo al
taxis? ¿Voy o no voy?
Al fin llamo al taxis, Lo espero. Mi carrito y yo nos hemos hecho
amigos. En la espera, le hago una foto. No quedas mal -le digo-. Y me
agarro a él como mi gran salvavidas. Dentro del taxis se me recrudece la
angustia: ¿y si me da un mareo? ¿Y si me caigo? ¿Y sí, y sí...? ¡Señora,
hemos llegado! -exclama el taxista ante mi inmovilidad sumergida en
miedos.
Y no, no me fue mal. Aguanté el tipo y quedé como
Dios. Así que volví, más contenta que unas pascuas y derechita al espejo. ¡Anda
si me encuentro con la receta de mi médico pegada también al espejito
maravilloso: No cambies nunca. ¡Estás monilla! -exclama el
charlatán espejito- ¡Anda, corre al ordenador y hazte una foto! Verás,
veras cómo pareces otra. No cambies tu
hora de levantarte, no cambies tu café, tirada por las calles de madrugada, no
cambies tu hora del chocolate, no cambies... Oye, niña, ¿cuál es tu hora
de hacer el amor?
¡Vaya con el espejito!
Ni en sueño, te voy a contestar. ¿Quién eres tú para intentar allanar mi
privacidad? ¡hala, ahí te quedas!. Voy, eso sí, a hacerme la fototerapia.
Y sí, estoy crecida,
feliz: superé mis miedos. Gracias carrito- invento.
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