DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
02/04/2019
Casi al pie de la letra parafraseo a la escritora estadunidense Anne
Morrow, autora de más de diez libros y numerosos artículos, por lo mucho que
me identifico con su pensamiento acerca de la simplificación de la vida para
lograr la felicidad.
La simplificación de la vida supone prescindir de todo lo superfluo,
convencidos de que son muy pocas cosas las indispensables. Es todo un lujo
ser capaz de elegir entre la sencillez y la complicación de la vida. La
sencillez nos provoca gran serenidad y libertad. La complicación, con el
querer estar aquí y allí, el querer competir, demostrar, propagar lo
magníficos que somos, ser los número uno, lo mucho que tenemos, etcétera,
logramos una acumulación de dependencias innecesarias de todo tipo que nos
embrollan la vida hasta extremos que no dejamos el menor espacio vacío donde
sea posible que se restaure y renueve la humanización de la vida.
La ley seca del arte -Ortega y Gasset- es ésta: Ne quid nimis, nada de
sobra. Y nos sobra de todo que
consideramos imprescindibles para resultar paladines de aquello que la
sociedad demanda para ser alguien. Recuerdo a una persona que, literalmente,
corría para no llegar tarde a una conferencia y saludar –decía- al ilustre
conferenciante. Aquella persona dejó de interesarme, porque en aquella
carrera y aquel saludo buscaba tan solo un superfluo adorno, contrario a la
sencillez de la belleza: lo he visto, lo he saludado... ¿Y vale la pena
correr, estar en primera fila para que se nos vea? ¿Y vale la pena ir
pregonando nuestras excelencias para que nos tengan en cuenta? Plantas
trepadoras somos, a veces, más que personas, buscando asomar la cabeza y que
se nos vea y así acaparar todo lo que pueda darnos nombre, cargos, gloria...
¡Qué absurda ambición y como nos infla de nadas!
Todos, de una manera o de otra, formulamos un deseo al soplar la vela
agonizante de cada día. Mi urgente súplica, pues, una buena
limpieza de tanto trivial sobrante como invade nuestras vidas para que la luz
penetre en nuestro interior y nos permita conocer la verdadera y auténtica
belleza que debe ornar nuestra fugaz existencia.
Sólo será imperecedero el rastro luminoso de nuestra autenticidad. ¡Ojalá
éste sea el tan traído y llevado efecto de futuro! Nada de sobra y entraremos
en el reino de la paz.
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Todos, de una manera o de otra, formulamos un deseo al
soplar la vela agonizante de cada día. Mi urgente súplica, pues,
una buena limpieza de tanto trivial sobrante como invade
nuestras vidas para que la luz penetre en nuestro interior y nos permita
conocer la verdadera y auténtica belleza que debe ornar nuestra fugaz
existencia.
Sólo será imperecedero el rastro luminoso de nuestra
autenticidad.
Ojalá éste sea
el tan traído y llevado efecto de futuro! Nada de sobra y entraremos en el
reino de la paz.
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