A mi hermano
Siempre un cielo multicolor ondea por nuestras vidas
Son las tantas, y aquí, en mi terraza, comida por la
voz silenciosa de los recuerdos de ayer y de hoy, vuelvo a verte, querido
hermano, como lo que siempre has sido: niño y hombre sensible, inteligente,
religioso…
Tú y yo discrepamos en cosas que, no obstante, la savia que corre
por nuestras venas, aquella que, con tanto amor, nos inyectaron nuestros
padres, jamás dejará de alimentarnos, jamás se convertirá en ruinas porque hay
valores inquebrantables por grandes y muchas que sean las distancias. Y hoy,
más que nunca, los meses que llevas sufriendo por la mala pata de aquella
caída, se me alzan en polilla metida en mi cabeza que medio me quitan el sueño y por mucho que
quiera exiliarme a ese rincón de los olvidos, sin poder evitarlo, estás conmigo
siempre y en esta desvelada noche de sábado tan caluroso ya, quiero decirte que
admiro tu paciencia con el dolor y quiero decirte, y lo sé por experiencia, que
a veces, lo único que nos salva es nuestro coraje, nuestra rabia por
morder a esta vida que sin permiso nos
colocó en escena, nos repartió papeles, nos dejó crecer en amores y sueños y
hasta puede que nos hiciera olvidar nuestra exigua provisionalidad.
No te
rindas, pues, sigues en el escenario, aunque tengas que inventar, crear ilusiones, sueños… para no descomponer más
esta aparente sinrazón que es la vida. Volverán días de luz y caerán en pasado
las malas horas que vives hoy.
Estamos contigo, y lo sabes, todo los que te
queremos.
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