Queridos amigos y amigas: ¿Sabéis que me sucede hoy? Pues,
nada, que, cuando intento seguir con alguna cosita nueva, me siento un poco sola de
verdad, al dejar a Lucrecia, al igual que me sucedió al terminar
de escribir esta larga, y aquí
resumida, novela.
Es algo que no sé explicar muy bien, pero me pasa siempre que termino una obra. Tengo
una extraña sensación de soledad y orfandad. Tardé dos años en escribirla y en ese tiempo era como si
tuviese una doble vida. Vivía y sentía por cada uno de los personajes e
incluso, y no estoy loca, hablaba con ellos, reía y lloraba. Al poner fin,
tenía la sensación de una dolorosa
despedida. Es difícil de entender si no se vive, pero os lo cuento para que
entendáis qué pasa por la cabeza y el alma de los autores que escriben, no
exactamente, para publicar sino ante
todo para crear, porque…
Y ahora os cuento la verdad de esta historia, y lo hago más
que nada para que entendáis cómo nace y crece una novela, un cuento o cualquier
obra literaria. Esta novela es en su totalidad una creación, una ficción. Jamás conocí ni tuve relación con prostituta alguna, jamás
visité un prostíbulo ni pobre ni rico, jamás entre siquiera en aquella Calle
del Río que sí existía en mi pueblo.
Hay, no obstante, un pequeñísimo hecho
real. Fue aquella tarde de jueves cuando mi padre me dio permiso para ir a
falange. Allí llegó una niña a la que todos negaron porque decían que vivía en
la Calle del Río y que era hija de una
mujer mala. Yo, que no tendría más de diez años, me acerqué a ella con pena y
le dije si quería ser mi amiga. Ella me contestó: yo no tengo amigas. Como vivo
en la Calle del Río… Nunca más volvimos a vernos. Ni tan siquiera supe cómo se
llamaba…
A veces yo misma dudo acerca de la realidad de los hechos
porque, para crearlos y hacerlos creer, hay que vivirlos de alguna manera..
No es extraño que algunos escritores hayan perdido la cabeza
o terminado mal. Es algo increíble pero maravilloso, el escribir , como cualquier
otra obra creativa del orden que sea, nos lleva al gran Creador que nos “hizo a
su imagen y semejanza”.
Me gustaría saber si
os defrauda mi confesión, pero la hago también para deciros que no todo lo que
escribo son ficciones. No, mis
relatos sobre niños, educación, anécdotas, mis confesiones, etc. etc. sí son en su totalidad,
reales. Ahí no podría inventar jamás.
Y ahora se me fue, una vez más Lucrecia, pero tengo la
alegría de haberla compartido con un
grupo de amigos y amigas. Y os aseguro que si tan solo a uno le hubiese
servido para algo, me daría por más que satisfecha.
A Gracias, una vez más y mil besos para todos y cada uno mis desconocidos amigos lectores.
1 comentario:
Aunque sea ficticio,la historia es muy real, hay muchas Lucrecias en la vida diaria. Y también muchas personas que discriminan a los niños por el lugar donde han nacido o viven. Olvidándose que a todo se puede llegar. Un abrazo
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