Madrugo, sí madrugo.
Quiero ser testigo de la
creciente luz del alba que, calma, se dibuja por el horizonte, cada día.
Quiero que los primeros
rayos de sol me calen, me iluminen posibles oscuridades, allá en el fondo del
alma.
Quiero ser testigo, cada
día, de la serena hora en la que, lentamente, desciende el sol, y la tierra,
irisada de arreboles, se torna sombras y noche.
Quiero, en cuerpo y alma,
llenarme de soles, estrellas, amaneceres y ocasos, mientras escucho música
catedralicia que me eleva a la divina dimensión de la trascendencia divina.
Quiero ser testigo de cómo
llega la vida y de cómo, sobre todo, pasa.
Y
todos con ella.
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