Te quiero felicitar, mi querido Gonzalo con el recuerdo que dejé
escrito en su día, en el Diario que os dedico.
Mi nieto Gonzalo –cuatro años- me acompaña al médico. Hace bastante
frío. Las calles están húmedas por un reciente chaparrón. Caminamos en
incesante parloteo que va versando sobre todas aquellas cosas que le llaman la
atención en la calle: el caballito blanco de la puerta de un bar, el puesto de
las chucherías, un letrero luminoso...
De repente, un pobre se nos acerca. Es evidente que se trata de un
ilegal. Sucio, mal vestido, enclenque, con poca voz nos extiende una mano, al
tiempo que repite en una retahíla de palabras que apenas si se le entienden: Una limosna, señora, que no tengo para
comer, que llevo dos días sin probar bocado, que mis hijos no tienen ni zapatos,
ni ropa para el frío… Le doy unas monedas, al tiempo que le recomiendo
acuda a Centros de Acogida, a Cáritas, etc.
No tengo papeles, señora y, ¡lo que faltaba es que me denunciaran!
Cuando se aleja, mi chiquitín exclama con evidente tristeza: ¿Y por qué no tiene comida? ¿Y por qué sus
niños no tienen zapatos? ¿Y por qué no tiene papeles..? ¿Sin papeles no puede ir al colegio..? ¡Pues
yo tengo dos cuadernos! Si quiere, le puedo dar uno… Me emocionan sus
palabras y los dos guardamos silencio. De repente exclama: ¡Ya sé, abuela! Que el cajero se lo dé a mi padre o al tito Ramón, que
también lo guarda en el cajero, y ya, van y compran comida, zapatos, un cuaderno… ¿no?...
Madrugada. Hora maga en la que amainan todos
los vaivenes del día en esta playa en calma que es mi sala-refugio –le llamo
yo-escuela. Sí, en ella, el sillón que fue mi asiento en las aulas durante unos
veinte años. En ella, fotografías ampliadas de mis alumnos de todos los
tiempos. En ella, libros, música, cielo... En ella ecos nostálgicos, porque ya
son pasado, de las inocentes palabras, gestos, soluciones de un niño, de
ti, mi pequeño, que no puedes entender la pobreza, que no puedes ni quieres
admitir que haya gente sin casa, sin techo, sin pan, sin “cuadernos”, que te
entristece, y así lo manifiestas, el que haya niños sin zapatos. Para ti, vida
mía, las cosas son como debieran ser: que todos los seres humanos tuviéramos lo
necesario, pero, un día te darás cuenta de que los hombres hemos administrado
mal los bienes, y no hay tales “cajeros” ni papeles para todos. No obstante hay
que trabajar, luchar, reivindicar para que la gente, sin ningún tipo de
distinción, tenga, al menos, cubierta sus necesidades básicas. Eso es lo justo,
lo razonable, eso es lo lógico que tú, infinita bondad e ingenuidad, propones
con toda naturalidad.
Se ha levantado un poco de aire. Los
álamos de la Avenida se cimbrean y proyectan sobre el asfalto sombras
fantasmagóricas. No, no me asusto, pequeño mío. Es sólo que te recuerdo y
quisiera tenerte cerca en estos momentos para escuchar de tus labios la versión
maravillosa de esta obscuridad, de este
arrullo de la noche que a mí se me antoja el tic, tac de un inmenso reloj, bajo cuyas agujas reposo en calma con la
cálida transparencia de tu recuerdo.
¡Ay, mi niño! Te imagino, te sueño hombre con
la mano extendida al pobre, al necesitado.., porque en tu alma de niño ya
empieza a emerger el cálido tallo que será árbol de sombra y fresco para todos.
Y este dibujito que hiciste por
aquellos días. Millones de cosas te
desea esta abuela que con un beso llega hasta dónde estás y te dice una vez
más: ¡te quiero, lindo mío!
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