(Final del capítulo XXIX: Tal vez la chica que tienes contigo…
Perpleja, más
bien aterrorizada, me quedé y sin saber cuál debería ser mi paso siguiente.
Concluí en hablar con Lucrecia cuanto antes. Madrugué y en primer lugar llamé
al hospital para ver de cambiar el turno con otro compañero. No hubo problema
por lo que, en el desayuno hablé con Lucrecia: hoy no tengo que ir a trabajar
–le dije- y me gustaría que habláramos. Hace tiempo que no lo hacemos. Con mis
prisas diarias… Te espero arriba en la
salita. ¡Mal día tengo hoy! ¡Pensaba hacer limpieza en la cocina que llevo
tiempo dejando el horno, y la campana, y…Era indudable que Lucrecia me
quería evitar. Insistí sin darle lugar a nuevas excusas. Eso no corre prisa; te espero arriba. En los minutos que
transcurrieron las palabras se me atropellaban en la mente y me hacían tragar
saliva espesa como si estuviera amordazada. Lucrecia no se hizo esperar y, como
siempre, me facilitó el trance: Sé lo que me vas a decir, y no tenía que
haber dado lugar a esto. Lo siento, María, pero me abordó, me enamoré y pasó… ¿Qué
te enamoraste? El amor no es un juego, y yo creo que te has precipitado- ¿Quién
es él?
¿Dónde
vive? ¿Cuándo lo has conocido? ¿Y por qué a mis espaldas y en la noche? ¿Quién
es ese hombre y dónde vive? –insistí con gran vehemencia- No sé mucho pero tampoco me importa. Lo quiero, aunque sé que
es una historia imposible… Y no, no revelaré su nombre, jamás. ¿Cómo no me lo has contado antes? ¿Y por qué
no decir su nombre? Lucrecia aguardó silencio con lágrimas en los ojos. Al fin, dijo:
¿Crees que esto es fácil para mí? Hubiéramos
buscado una solución normal en estos casos –dije. No hay
solución; nunca podrá haberla, y eso lo he sabido siempre…
Las confesiones de Lucrecia me estaban dejando tan
sorprendida que me parecía una total desconocida y, por supuesto, lejos, muy
lejos de mis intenciones quedaba ya pedirle explicaciones sobre el abuso de las
noches pasadas en nuestra casa con aquel hombre. Me quedé tan callada que
Lucrecia se mostró preocupada y más explícita: Tienes que entender que no supiera cómo decírtelo. Has hecho mucho por
mí y el pensar en las consecuencias,
porque, no quisiera, pero hay algo más
Al llegar a este punto, rompió a llorar abiertamente,
enterneciéndome como tantas veces. No te
preocupes; alguna cosa podremos hacer, pero dime, ¿qué hay más? ¿Por qué lloras? Secándose las
lágrimas y tragando saliva dijo sin más: estoy
embarazada.
En aquel momento sentí tal aturdimiento que hasta la
vista se me nubló y temí un desvanecimiento. No podía dar crédito a las
palabras de Lucrecia que me traían a la memoria
tantos malos recuerdos, acerca de
su condición de prostituta, de mujer fácil, de mujer mala. Recuerdos, una vez
más, de aquella legendaria historia del Hombre de los muertos que no podía
olvidar y que me habían llevado a la conclusión, que siempre guardé para mí, de
que Lucrecia era capaz de todo. ¿Cómo has
podido? ¡No estás bien de la cabeza! –exclamé abiertamente indignada-. Nunca
hubiera imaginado… ¡Qué locura! ¿No escarmentaste con aquel hombre? ¿Se te ha
olvidado lo que pasaste en aquella casa? Las dos nos quedamos en silencio.
Al fin, fui yo la primera en tomar la
palabra: ¡Anda, sigue con tus cosas! Algo pensaremos, pero lo primero será
hablar con ese misterioso hombre y que asuma responsabilidades.
Lucrecia, con los ojos saltones enrojecidos
salió de la salita, y yo tuve una
pesimista corazonada. Al día siguiente,
bien temprano, cuando me disponía a tomar el desayuno, encontré en la cocina
una nota que decía: Siento haberte
defraudado. Has hecho por mí mucho más de lo que merecía. No me busques más.
Esta vez no me encontrarás…
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