Pero un día…
(Final del Capítulo XXVIII; Pero un día...)
Sí, un día que auguraba
un final nunca deseado y jamás sospechado.
Mi viaje a Florencia fue como el reencuentro con mis gustos y
aficiones por el arte desde niña. Aquel compañero, Claudio, joven y apuesto, se
desvivió en atenciones: me sentía feliz. Al fin todo parecía estar en orden y,
al fin, parecía estar enamorada por segunda vez en mi vida. Llevábamos solo
cinco días de los quince previstos,
cuando Claudio recibió un telegrama: su único hermano había sufrido un
accidente de coche. Regresamos de inmediato y, por supuesto, por mi parte sin
avisar a Lucrecia. Eran más de las diez
de la noche, cuando entraba en el chalet. Mi gran sorpresa, tras encender luces, fue el comprobar que Lucrecia no estaba. Todos los días, al
atardecer, habíamos hablado por teléfono
y sus palabras eran siempre tranquilizadoras: Todo va bien, muy bien; no te
preocupes por nada y disfruta lo que puedas –solía repetirme-. Pero su
ausencia me precipitó en una serie de interrogantes: ¿Le habrá sucedido algo? A lo mejor su hijo… Nerviosa y preocupada, me
disponía a deshacer el equipaje, cuando la parada de un coche en la puerta del
chalet, me llevó a mirar con discreción por la ventana. Sí, de un taxis, a toda
prisa, se bajaba Lucrecia, pero alguien, que no pude ver, la acompañaba. A
punto estuve de desplomarme en la cama pero haciendo un esfuerzo le salí al
encuentro: ¡Vaya susto que me he llevado! ¿Te ha pasado algo? ¿De
dónde vienes? Un poco alterada, pero controlándose bien, contestó con toda
naturalidad. ¿Qué te pasa a ti que has
vuelto tan pronto? Mi compañero recibió un telegrama con urgencia de regreso.
Pues a mí –dijo- ¿qué me iba a pasar? Fui a ver a mi Miguel. Me dieron permiso
para llevarlo al cine y se nos hizo tarde. Eso es todo. Si hubiera sabido que
veníais… Pero lo que menos esperaba era esta sorpresa. ¡Qué alegría! –exclamó
cambiando totalmente de tono y abrazándome- Te veo muy bien. ¡Cuánto me alegro!
Las explicaciones de Lucrecia me tranquilizaron a medias;
estaba claro que alguien la acompañaba. Aquella noche, ya en la cama, aunque trataba
de tranquilizarme algo me quitaba el sueño; no eran horas de regresar el niño
al colegio. Los horarios eran muy rigurosos. De nuevo Lucrecia volvía a ser causa de mis insomnios y
preocupaciones. Al día siguiente, me despertaron sus grandes carcajadas en claros coqueteos con Andrés, el jardinero. Salí sin decir palabra y me detuve en una
cafetería próxima; necesitaba un buen café. La vecina del chalet colindante con el mío estaba también
allí. Se me acercó: no sé –dijo-, si debo
o no decirte algo… Por supuesto;
puede decirme lo que quieras. Verás es
que mi hijo llega muy tarde a casa y como anda con la moto, hasta que no regresa,
no me acuesto y vengo observando cómo entra a tu casa un hombre por la puerta
de atrás… ¿Un hombre? ¿Estás segura? ¿Y
cómo es? ¿Y a qué hora? ¿Te estoy preocupando, verdad? Me lo imaginaba, y no
sé, no puedo decirte mucho más porque no
se ve luz alguna y llega andando… Tal vez la chica que tienes contigo…
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