Retazo de mi pregón de Semana Santa en mi pueblo, Villa del Río
Tañe
la campana del convento, y en las calles, en las casas, en las puertas... la
tenue luz del alba comienza a desbaratar el
sutil halo de la madrugada. Es
Viernes Santo. Ya Jesús ha sido azotado, coronado de espinas, condenado...
Ya, nazareno que camina roto bajo el
peso de la cruz, es sólo mirada que nos sale al paso en agonía y nos lacera el
alma y nos silencia en palabras que se tornan suspiros y soledad en el
esplendor de luces en primavera. ¡Qué
solos nos sentimos los hombres! ¡Qué grande Jesús Nazareno!
"¿Cómo
a los hombres, Señor, sonríes / mientras sollozan tus sentidos / y te azotan
los lívidos silbidos / que estampan la columna de rubí..? / ¿Cómo es posible
que tu amor confíes / a los hombres, Señor, endurecidos Y cómo de tus labios
doloridos / el ámbar dulce del perdón deslíes..?"
Nuestro Padre Jesús se dirige a la
plaza. Allí la tradición y la historia
petrificadas en un ancestral castillo, allí, a mano de su túnica morada,
las viejas aceñas del río, los tamujares del puente romano, los chispeantes
murmullos de los modernos surtidores, allí, ante su Nazareno, puede
escucharse el sobrecogedor silencio de
un pueblo que suspira, que, año tras
año, espera expectante el encuentro con el apóstol amado, Juan, el encuentro
con la mujer pecadora, María Magdalena, el encuentro, dolor y angustia, con su
madre, Nuestra Señora de la Soledad.
Y
cuántas lágrimas derramadas al repique del tambor! Son los recuerdos de otros
tiempos, y son los años vividos en tradiciones que nos hicieron crecer en amor
a nuestro pueblo, y son ausencias de seres
queridos que nos precedieron y que otros Viernes Santo, presencia viva,
estaban allí, como están los naranjos, las cigüeñas, como sigue, y nos
embriaga, el azahar en primavera.
"Lágrimas
hay en el aire / reflejos de luna verde / mi Dios con temblor de cirios / por
la calle viene"
Y
la sentencia cantada se cumple, y el cuerpo ensangrentado de Cristo, sobre la
cruz clavado, a hombros de briosa juventud, recorre las calles del pueblo que
se torna alfombras de luto, mantillas, saetas, tambores, trompetas... Lloran el
jardín del Lirio y las aceñas del Guadalquivir;
lloran mujeres y hombres; llora el mundo; se oscurece el sol. Dios ha
muerto y un toque de queda nos conjura a velar con fervor, con esperanza, con
amor, porque al tercer día, Cristo resucitará.
Pero el Viernes Santo es noche, y es
silencio y es tremenda Soledad
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