Buenos día de domingo, amigos. Mucho, mucho
calor en Córdoba, cercanos a los 44 grados, aire que quema, literalmente. Pero
supervivimos los cordobeses: abanicos, aire acondicionado, quién se lo
puede permitir, agua fresca y, ¡a vivir!
Ayer fui testigo de la siguiente anécdota que
hoy comparto con vosotros.
Diez de la
noche. Terraza de un típico bar cordobés.
En corta separación un matrimonio de avanzada edad, con una botella de
agua por delante, comen pipas y de vez en cuando se abrazan.
Dada la cercanía, los miro y exclamó: ¡sana
envidia! La mujer, bajita, pasada de
kilos, con poco, canoso y acaracolado, cabello, pegado al casco, me mira,
sonríe y dice: ¡cincuenta aniversario, cincuenta años, señora, eso que le llama
bodas de oro, hace que nos “casemos”; lo
estamos celebrando.
Y sí, me emocioné, y no por los cincuenta años
de matrimonio, que me es indiferente lo
que cada uno quiera hacer en su vida, mientras
no haga daño a los demás, me
emocionó y envidié aquellos cincuenta años de amor, aquella humilde, muy grande para ellos, celebración
de abrazos y pipas.
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