Buenos días, amigos. Vamos por otro viernes
caluroso, primer fin de semana de este septiembre que no volverá. Vistámoslo de
gala con las mejores pinceladas que podamos dar al lienzo de nuestras vidas.
Hoy, un breve, muy breve relato. Espero que
os guste y, sobre todo, nos sirva para ser un poco más solidarios con los
mayores, enfermos, etc.
Esta fotografía fue autorizada por este hombre,
expresión de bondad y amor.
CAMINOS ROTOS
Él, anciano de pelo muy cano que le rebasaba el
ala de un destartalado sombrero, mirada
grande, palabras pacientes, tiernas, murmullo de caricias infinitas. Pasos
cortos, torpes, macilentos, viejos… Manos agarrotadas por una galopante
artrosis.
Ella, rebosante de carnes blandas, en un sillón
de ruedas, apenas hablaba, apenas se movía, apenas rastro de ser humano, bulto
vegetal que, de vez en cuando, en un
galopante alzhéimer, mascullaba ininteligible y agrios, sonidos.
.
Él y ella, inquilinos, por caridad, de una
mísera habitación por casa. Matrimonio de toda una vida, cargados de hijos, en
soledad y abandono, convivían.
Ella, estática, eclipsada, perdida… ¡Sabe
Dios!
Él, amor a flor de piel, escuchaba y respondía
a sus exigentes silencios e incansables urgencias: sí, ya te voy a dar de comer, ya te voy a lavar,
a peinar, a poner guapa. ¡Ya voy! ¡Ya mismo voy!
Él y ella, a veces, en silencio, se miraban,
como queriendo reverberar, con fervor de
lágrimas, migajas de recuerdos, voces ahogadas, silencios de años, caminos
rotos…
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