¡Tam, tam, tam! La hora de levantarme.
¡Tam, tam, tam! La hora de acostarme.
¡Tam, tam, tam! La hora de repetir,
¡buenos días! La hora de repetir,
¡buenas noches! La hora de repetir, ¡que aproveche!
¿Qué me quieres
recordar, precioso cuquito que sales, cantas las horas y te escondes? ¡Cucú,
cucú!
La hora del amigo que
se van. ¡Cucú., cucú!
La hora de las
mentiras. ¡Cucú., cucú!
¿La hora de las
rutinas? ¡Cucú., cucú!
¿La hora de tragar
saliva y seguir? ¡Cucú., cucú!
¿La hora de borrar
una lágrima? ¡Cucú, cucú!
¿Y siempre apaleando con vuestras horas las manías inventadas, impuestas,
exigidas, multadas…?
Y digo yo: ¿y la hora de hacer el amor? ¡Ah! ¿Que de eso
no habláis? ¿Que son pecados mortales? ¿Que son horas prohibidas? ¿Que el
demonio, la bruja, el ogro… nos miran, nos ven, nos señalan con el dedo nos apuntan, para,
¡plaf! al infierno?
¡Vaya, vaya! ¡Pues,
no! No sois señores del tiempo, ¡del mío, no! Mi tiempo me pertenece sin horas,
sin minutos, sin instantes inventados para
recordarme que en un tris, ¡hala! Punto final.
¡Bueno! Es hora de
irme a la cama, ¿n? ¿Contentos con vuestros ruidosos avisos?
¡Adiós!
Me voy a la cama, sí, a soñar
con aquel pueblo que me vio nacer, crecer...
Sí, es mi casa de ayer, de hoy de
mañana...
Sin cucos, sin carillones, sin tiempo que solo ha logrado
embellecerlo, hacerlo más grande.
¿Veis, señores del tiempo cómo no me asustáis?
No hay comentarios:
Publicar un comentario