Esta madrugada a mi cielo le crecían alas para recordarme que era domingo de resurrección y que también yo podía remontar, volar por nuevos horizontes de luz y esperanza.
Es inenarrable el sentimiento de emoción que
me embarga cada año, cuando amanece el domingo de Resurrección, entre olores de
azahar, alhelíes, lirios..., flores
nuevas, en definitiva, tras la fría y larga noche de Viernes Santo. Es algo así
como si, izándome de la tierra, me elevara
a la búsqueda de un eterno abrazo
con el universo infinito. ¡Qué paz! ¡Que amor! ¡Qué misterio! A veces casi
reclamamos, exigimos pruebas a Dios para medio creer en Él, y las hay, sólo
que necesitamos, eso, elevarnos por encima de lo material para
descubrirlas, porque están ahí, rodeando nuestro cuello como abrazo de
apasionado amante, y están ahí, tan pegadas a nuestras vidas que ni siquiera
las reconocemos.
Sucede que nos cegamos en la inútil
espera de sucesos extraordinarios que
podamos interpretar como llovidos del cielo y en respuestas a nuestros divinos
desafíos. Todo en torno mío duerme. Es la madrugada del domingo de
Resurrección, y una especie de plegaria me escucho en los adentros. Gracias,
Dios por haberme dado capacidad de renacer en los
difíciles momentos de mi vida y así poder continuar contemplando las estrellas, la Osa mayor, aquel “carro”
que papá me señalaba en las negras noches del jardín de casa. Gracias por
resucitar en mí cada mañana la capacidad
de vivir, amar las mil cosas sencillas que descubro en los días. La vida no es
fácil. Las más de las veces, una punzante cuesta arriba que llega a pesar tanto
que, en apasionado desafío, hay que
seguir sin abandonar, porque entre otras razones, somos parte de un universo de
dolores por el cual nos pertenece pagar nuestra debida cuota.
De ahí que cada día vayamos muriendo un poco,
pero de ahí, sobre todo, que cada día tengamos que beber, sorbo a sorbo, el
divino elixir del amor y la esperanza, y
resucitar, como resucita la primavera, como resucitan los pájaros cada año en
sus nidos.
Y termino con versos de un querido
amigo R.M. Navarrete: Quiero que
existas, Dios / porque si Tú existes en algún lado / se detendrá el reloj en la hora de siempre
/ y daremos de nuevo cuerda al corazón
parado.
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