Buenos días de lunes, amigos: os cuento, hoy, una anécdota
personal, aunque bien podría ser un relato de ficción. La he titulado Gigantes
y enanos porque así fue como vi aquel pequeño episodio que a pesar de los
años transcurridos me ha servido para no
considerarme gigante ante nadie y ante nada; solo ante el necio.
Hacía días que se
venía anunciando la firma de ejemplares de un famoso escritor, cuyo nombre
omito por razones éticas. Por aquel entonces
yo tenía publicada dos obras y me ilusionaba ser la primera en recibir
la firma de aquel autor.
Madrugué y nada más abrir las puertas del Corte Inglés
me apresuré a buscar su obra. Pero allí estaba él, solo y rodeado de
estanterías donde su obra aparecía amontonada. Al verlo me pareció tan gigante
que me sentí enana. No obstante, le eché
valor y me dirigí hacia él. Lo saludé y quise decirle unas palabras, pero su
atención y su mirada estaba fija en los posibles compradores que entraban y en
los Medios de Comunicación que sin duda esperaba. Lo siento, señora –me cortó rápidamente-; no puedo atenderla.
Me alejé decepcionada y triste, pero a los dos pasos
siguientes, me encontré con una familia en pleno de Alcolea donde yo en
aquellos años ejercía. Me rodearon, abrazaron y su alegría al encontrarme era
desbordante.
Un instante me volví a
mirarlo; seguía solo. Fue en aquel momento cuando yo me sentí gigante y a él lo
vi como un enanillo en busca de dinero y fama.
Así es, amigos. Hay muchos gigantes de humo que se desvanecen
con solo dos palabras. Ante ellos, por pequeños que seamos,
resultaremos auténticos titanes porque les importa más. mucho más, una cámara que un ser humano.
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