Un día, mi nieto de doce años y sus amigos
llegaron a casa. Aproveché y les pregunté qué clase de lectura preferían. A una
exclamaron: historias con “yuyu”. Y
así, y con ese mismo nombre, comencé una obra. Hoy, una historia con “yuyu” en la seguridad de que también a
los mayores nos gusta sentir algo especial.
Apareció en el pueblo, un día, toda vestida de
blanco. Nadie supo de dónde venía. Se
instaló en una vieja mansión y a su servicio contrató a una anciana lisiada que
apenas podía caminar.
La exótica dama lucía en el dedo índice de su mano
derecha un sorprendente brillante de extraños y zigzagueantes destellos. Una mañana, la sirvienta la encontró muerta.
Los centelleos del brillante la arrebataron de tal modo que, como una
exhalación, corrió a la cocina, cogió un cuchillo, le cortó el dedo, ocultando
ambas manos de la fallecida señora con densos guantes negros.
Aquella noche se fue a la cama con el anillo
en su dedo índice de la mano derecha, pero al llegar el día, roncos sonidos la
despertaron: su mano derecha estaba
cubierta por un guante negro.
Horrorizada se lo quitó y sin dolor, sin
resto alguno de sangre, le faltaba el dedo índice. Corrió
a la habitación donde yacía el cadáver.
El anillo, brillando más que nunca, estaba en el dedo de la señora que
sin guantes lucía tal y como siempre.
El entierro se celebró sin que nadie
advirtiera lo sucedido, pero a partir de aquella noche, la sirvienta jamás se quitó los guantes y nunca a nadie
contó lo sucedido, pero en las noches su sordera se tornaba quejido que corría
por toda la casa al tiempo que una sombra blanca deambulaba por las paredes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario