Queridos amigos: Para mí que
siempre, pero de forma especial en estos días finales del 2014, deben ser tiempo
de reflexión y balance. Hoy, un relato literario, sí, pero reflejo de la
realidad de nuestro mundo.
Sí, estaba muerto; no había duda. En medio de la carretera.
Atropellado por un vehículo cualquiera. Y la gente transitaba con indiferencia,
y los coches se apartaban por no salpicar de sangre sus ruedas, y un grupo de
niños lo miraba triste desde la acera. Era un gato callejero; era mi gato por
adopción. Su hogar, los bajos de un coche. Desde allí, y con recelo, observaba.
Logré ganarme su confianza y casi comía de mi mano. A veces, me parecía sentir
que me pedía un rinconcito de mi gran piso, todo entero para mí sola. Pero hacía
oídos sordos, porque… ¿un gato…? ¡Demasiado problema! Y mi conciencia quedaba
tranquila con la limosna que le daba de comida y agua.
Hoy ya no tengo gato que
alimentar. ¿Qué haría en medio de la carretera? ¿Por qué no tendría un hogar?
Desconocía, seguro, los peligros de la calle, y de ella había hecho su mejor
mansión. Seguro que, acostumbrado al viejo coche parado, que era su casa se
olvidó de tantas ruedas potentes que ni tan siquiera advertirían la pasada por
su frágil y párvulo cuerpo.
Y yo lo encontré caliente todavía. ¡Claro que lo
lloré!, y los niños me ayudaron y lo enterramos en el jardín, debajo de un
naranjo cubierto de azahar. Pero tarde ya, y su voz se me agigantaba: Llévame a
tu casa. ¡Si sólo soy un gato!
¡Pobres gatos callejeros! Son tan gatos como yo,
como todos… Parafraseando un proverbio de la Biblia, digo: Hay tres cosas que
no logro comprender, y una cuarta que ignoro por completo: el vuelo del águila
en el cielo; el camino de la culebra sobre las piedras, el rumbo de los barcos
en el mar, la insensatez del hombre, cuando con todas frivolidad mira y no ve
que el mundo está lleno de “gatos” sin hogar, sin amor: negros, pobres,
ancianos, niños… Cientos de seres humanos, llegados en negras y odiosas
pateras, embaucados por siniestras mafias, escondidos en aciagos agujeros,
exhaustos de caminos, con miradas de sorpresa, súplica, incomprensión... No
puedo imaginar un mapa genético sin que, en sus cuatro puntos cardinales,
aparezca como factor por excelencia, el amor, la comprensión, la ternura.
Crea, Dios, un cielo para gatos para que, cuando la rueda implacable
y potente de la vida atropelle nuestro frágil cuerpo, te encontremos, porque de
lo contrario… ¡SI no somos más que pobres gatos refugiados en un cielo de
tejas!
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