DIARIO CÓRDOBA / OPINIÓN
22/09/2015
Hasta hace poco yo creía que no se podía vivir sin comer,
sin beber, sin respirar, etcétera. Y recordaba años de la posguerra, cuando la
supervivencia dependía, si acaso, para toda una familia, de un huevito nadando
en aceite que daba para muchas sopas, pero resulta que este verano he
descubierto algo impensable: ¡pues, nada, que para niños y jóvenes las dichosas
megas para móviles y otros artilugios tecnológicos son lo básico e
imprescindible de cara a vivir en paz y sana armonía!
Y es que, ¿cómo se puede vivir sin que funcione, por
ejemplo, el whatsapp y quedarnos sin saber qué come, qué piensa, si está
sentado o de pie el otro? ¡Menudo problema! Y no digamos si nos quedamos sin
megas y la tableta no funciona. Es que si nos faltan megas, nos sobran brazos,
pies, cabeza y yo creo que hasta aire. Así que era fácil descubrir al amanecer
pandillas de adolescentes y jóvenes que, en silencio y móviles en mano,
trataban de "robar" wifis de cafeterías y restaurantes cerrados.
Me decía una amiga: mi hijo está insoportable. Se le han terminado las megas y el padre no
está por la labor de comprar bonos.
Solo cabe progresar --dice Ortega--
cuando se piensa en grande, cuando se mira lejos. Y, claro, es la reflexión que
yo me hago: ¿se puede llamar progreso a cualquier novedoso invento que nos
anula la capacidad de pensar y nos hace mirar tan cerca que nos comemos,
literalmente, los ingenios que tenemos entre las manos?
Y el problema no está en el invento sino en esa
patología, que lo es, de acostarse y levantarse con el gran problema de las
megas. Lágrimas, malos modos, aburrimiento total, etcétera, cuando las megas
dicen se acabó lo que se daba.
Yo creo que en el padrenuestro habría que suprimir el pan
nuestro y pedir las megas de cada día. Cada cosa a su tiempo para progresar
adecuadamente y no atascarnos en un absurdo laberinto tecnológico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario