Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

14 sept 2015

Leer por leer

 De mi novela Buscando en la Vida –Blasco Ibáñez-, de la que solo se hicieron  quinientos ejemplares y que fue catalogada por el fallecido Ortiz de Lanzagorta, como excelente, hoy, sin más objetivo que “leer por leer”, os transcribo un párrafo.



La voz estridente de Juana me solivianta aquella tarde otoñal de vacación vespertina de jueves: ¡señora! -voceaba- suba y verá dónde está Carlota!  ¡Si cuando yo digo que esta niña es tonta...! ¡Menos mal que me ha dado  por subir a dar una vuelta a la pava!
Sí, allí estoy, en aquel trastero que llamamos  palomar, donde la pava clueca, echada en un cajón rebosante de paja, encuba  sus huevos y dónde la gata romana esconde sus crías entre tarimas y somieres viejos. Este rincón es mi refugio en las tarde de vacación del jueves y en los olvidos como el de madre María, la monja gallega que, con altivez, me pasa de largo  en cada mirada. 
Aquí, en este rincón, perdida  en el palacio que es mi casa, acomodada en una vieja canasta llena de retales, me siento bien, y unas lágrimas corren por mis mejillas de niña cuando la luz del sol declina y se pierde por detrás de la torre de la iglesia, descuartizándose por las cristaleras esmeriladas llenas de polvo y telarañas que son las ventanas. De vez en cuando la pava clueca  estira majestuosa el cuello y picotea ruidosamente en este suelo de cemento. También de vez en cuando, la gatita romana se me acerca remolona, arquea su lomo y se  acaricia con mis calcetines de lana.
Pensamientos que, precozmente, me llevan a interrogarme sobre mi corto pasado, sobre mi incierto futuro. Amor sin destino que me nace a torrentes y que, sin cauce, se desborda. 
Oigo el arrullo del atardecer que va cayendo sobre mis pupilas  de niña absorta en un vaivén de notas que, cual  maga mariposa al néctar delicado y gentil de su flor, buscan partitura donde solfear su primera, ingenua y  bella canción de amor, y son voces por patios lejanos, y es el clamoroso piar de pájaros que, en bandadas, van llegando al arríate grande del fondo del jardín, y es la veleta, frailecillo inquieto, que me habla de vientos huracanados y suaves brisas y es una sutil y vaporosa nube que camina por el azul rosado de la hora crepuscular...

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