Mi gran familia: abuelos, padres tíos, primos, mi hermana Blanca y la "bebeta", como dice mi amigo Felix, en brazos de mi abuela, soy yo. Faltan mis hermanos, cinco, que aún no habían nacido
Queridos
hijos: Como decía Henry Miller, No hay que ordenar el mundo, porque el mundo es
la encarnación del orden. Somos nosotros quienes debemos ponernos al unísono
con ese orden. Y esto os lo escribo una madrugada de espesa niebla de este mes
de diciembre que a dentelladas va finiquitando lo que nos queda de año y cuando
acabo de ver a un indigente durmiendo a la intemperie y cuando el primer
autobús, como me sucede todas las madrugadas, me emociona su paso. Sí, es el
día que vuelve, la vida que empieza con luces y sombras, con desigualdades,
injusticias, con desastres… Cansada ya, sí, de muchos trabajos, pero con las
manos extendidas siempre al amor, a la ilusión y a la esperanza, os digo:
¡Adelante, hijos! Sois personajes de excepción de este provisional escenario
que es la vida. Representad, con la mayor perfección posible, vuestro papel,
porque en ello encontraréis la recompensa. Nacimos con un proyecto debajo del
brazo: colaborad a que este nuevo Día sea como un luminoso arco iris que, de
extremo a extremo del universo, luzca fecundo para todos los seres humanos. No
hay, pues, tiempo que perder.
Somos, hijos, criaturas en cuyas miradas asoma el
alba, somos corazón y vida por donde fluye el maravilloso ocaso de cada
atardecer.
Somos himno que entona sueños, mientras tejemos el sutil relámpago
que cruza el cielo y lo ilumina en blanca vorágine de altura.
Somos belleza y
amor. Somos, y ahí radica el milagro, solitario bosque de felicidad.
Y es que
la felicidad radica en ese saber encontrar, a solas, la magia de los momentos.
A vuestra edad, con jóvenes afanes, con la maravillosa familia que cada uno
habéis formado, con incesantes problemas, naturales incertidumbres, prisas...
se os puede escapar la magia que llega a través de la ilusión, del placer
íntimo que, en definitiva, casi siempre queda reducido a ese gran valor: la
familia en peligro de extinción, hoy.
No os dejéis engañar, hijos. El
periodista estadounidense H. Carter dice: Sólo dos legados duraderos podemos
dejar a nuestros hijos: uno, raíces; otro, alas. Creo que son realidad en
vuestras vidas. Que nada, ni nadie os separe jamás y que sepáis usar vuestras
alas e izad vuelo cuando la mentira, la vanidad, el orgullo, la envidia, etc.
quieran recortarlas y haceros caer.
No puedo, ni quiero dejaros perecederas
riquezas que envilecen a los hombres. Mi única herencia es haberme defendido de
los compradores de valores, si bien sus aguijones hacen daño y pueden provocar
lágrimas. No obstante, os aseguro, que hoy por hoy es mi mayor felicidad, mi
patrimonio, mi herencia. Ya sabéis cuánto os quiere vuestra madre.
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