Ella, estática, eclipsada, perdida en el cielo de su ventana…
¡Sabe Dios!
Él, anciano de pelo muy cano que le rebasaba el ala de un destartalado sombrero, mirada grande, palabras pacientes, tiernas, murmullo de caricias infinitas. Pasos cortos, torpes, macilentos, viejos… Manos agarrotadas por una galopante artrosis
Ella, rebosante de carnes blandas, en un sillón de ruedas, apenas hablaba, apenas se movía, apenas rastro de ser humano, bulto vegetal que, de vez en cuando, mascullaba ininteligible y agrios, sonidos. .
Él y ella, inquilinos, por caridad, de una mísera habitación por casa. Matrimonio de toda una vida, cargados de hijos, en soledad y abandono, convivían.
Ella, estática, eclipsada en el cielo de su ventana, perdida… ¡Sabe Dios!
Él, amor a flor de piel la escuchaba ensórdidos gruñidos y respondía a sus exigentes silencios e incansables urgencias: Sí, ya te voy a dar de comer. Ya te voy a lavar, a peinar, a poner guapa. ¡Ya voy! ¡Ya mismo voy!
Él y ella, a veces, en la lucidez de instantes, se miraban, como queriendo reverberar, con fervor de lágrimas, migajas de recuerdos de otros días, voces ahogadas sin remedio... Caminos rotos…
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