De mi novela Buscando en la Vida –Blasco Ibáñez-, de la que solo se
hicieron quinientos ejemplares y que fue catalogada por el fallecido Ortiz de
Lanzagorta, como excelente, hoy, sin más objetivo que “leer por leer”, os
transcribo un párrafo.
La voz estridente de Juana me solivianta aquella tarde otoñal de vacación
vespertina de jueves: ¡señora! -voceaba- suba y verá dónde está Carlota! ¡Si
cuando yo digo que esta niña es tonta...! ¡Menos mal que me ha dado por subir a
dar una vuelta a la pava! Sí, allí estoy, en aquel trastero que llamamos
palomar, donde la pava clueca, echada en un cajón rebosante de paja, encuba sus
huevos y dónde la gata romana esconde sus crías entre tarimas y somieres
viejos. Este rincón es mi refugio en las tarde de vacación del jueves y en los
olvidos como el de madre María, la monja gallega que, con altivez, me pasa de
largo en cada mirada. Aquí, en este rincón, perdida en el palacio que es mi
casa, acomodada en una vieja canasta llena de retales, me siento bien, y unas
lágrimas corren por mis mejillas de niña cuando la luz del sol declina y se
pierde por detrás de la torre de la iglesia, descuartizándose por las
cristaleras esmeriladas llenas de polvo y telarañas que son las ventanas. De
vez en cuando la pava clueca estira majestuosa el cuello y picotea ruidosamente
en este suelo de cemento. También de vez en cuando, la gatita romana se me
acerca remolona, arquea su lomo y se acaricia con mis calcetines de lana.
Pensamientos
que, precozmente, me llevan a interrogarme sobre mi corto pasado, sobre mi
incierto futuro. Amor sin destino que me nace a torrentes y que, sin cauce, se
desborda. Oigo el arrullo del atardecer que va cayendo sobre mis pupilas de
niña absorta en un vaivén de notas que, cual maga mariposa al néctar delicado y
gentil de su flor, buscan partitura donde solfear su primera, ingenua y bella
canción de amor, y son voces por patios lejanos, y es el clamoroso piar de
pájaros que, en bandadas, van llegando al arríate grande del fondo del jardín,
y es la veleta, frailecillo inquieto, que me habla de vientos huracanados y
suaves brisas y es una sutil y vaporosa nube que camina por el azul rosado de
la hora crepuscular...
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