(FINAL DE CAPÍTULO XV: A un nuevo sonido
de campana, quedaron tendidos con los ojos cerrados y sin el menor movimiento.)
Fue en aquel momento cuando Iván
se separó por primera vez de mí que permanecí sentada y anónima hasta el punto de
sentirme tan invisible y desconocida que
hasta llegué a temer por mi vida. No sabía cómo escapar de allí. Era imposible
por otra parte. ¿Dónde ir? ¿A quién acudir? Traté de tranquilizarme cogiéndome
el pulso y buscando evadirme de aquel lugar que me parecía una más de mis
muchas pesadillas de las que podía despertar en cualquier momento. En la
penumbra del lugar pude observar cómo se iban pasando una especie de botijo de
cristal del que uno por uno, iban bebiendo unos tragos. No había duda –pensé-; estaba metida en algo
extraño y nada seguro. Al fin, el silencio fue roto por palabras del hombre del escenario al que una
extraña luz neón le iluminó el rostro. Hermanos –exclamó con tono que a mí se me antojo, entre ficticio y
altisonante-: Seáis bienvenidos todos. Comenzamos un día más nuestro viaje
astral hacia los verdes mundos donde la alegría, la paz y el amor son
realidades. El trueno se aleja y la lluvia nos deja la sana humedad que
alimenta nuestra crisálida. La ampolleta vertió su último grano de
arena; el tiempo se ha detenido. Respirad profundamente. Contemplad cómo se
alejan de vosotros el estrés, las tensiones, la energía negativa que tanto daño
nos hace. Nuestro cuerpo se libera. Sólo nos queda alma, capaz de transgredir
espacios, normas, muros… Nos podemos elevar por encima de todas las miserias
humanas. Podemos sanar de todos los males que nos mortifican. Somos libres para
amar… No hay tiempo, no hay nada. Perdeos en esa nada que es sólo luz…
¡Aleluya, hermanos! No hay un dios que nos salve. Sólo nosotros conseguiremos
llegar a ser ángeles de luz… ¡Aleluya, hermanos! ¡Creced, creced..! Puedo veros
iluminados, puedo ver cómo crecéis, cómo al caminar por la nada, os eleváis…
¡Queda menos para llegar…! ¡Estamos llegando!
Y aquel hombre seguía dirigiendo,
con sus palabras, al grupo de personas que, con rostros beatíficos, permanecían
inmóviles. Por unos instantes me sentí atenazada por el pánico. ¿Dónde estaba y
qué era todo aquello? Quería huir,
gritar… Y me acordaba de Eolo y
pensaba que no volvería a verlo al tiempo que me repetía que nada malo me había
sucedido para justificar tantos temores.
Tras las palabras, se sucedió un
total silencio y quietud. El hombre del escenario, en compañía de tres más, se
ausentaron en silencio, mientras los demás, incluido Iván, permanecían como
dormidos. Nada igual había presenciado antes y durante los diez minutos,
aproximadamente, que duró el silencio, por mi cabeza pasaron tantas y
tenebrosas historias como jamás había imaginado. Totalmente robotizada, y media
agarrándome a las paredes de aquellas galerías,
logré salir al jardín. zona acotada, si bien de grandes dimensiones,
paseos árboles, bancos, fuentes… Desconocida, sola y tratando de respirar profundamente y relajarme, pude observar cómo
por una vereda muy oscura, un grupo de hombres, entre ellos al que llamaban
líder, se dirigían hacia la alejada zona de aquellos extraños paneles…
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