Tras cada negra noche, explosiona, cada amanecer,
una nuevo día, una nueva vida
En una de mis
películas favoritas, “Lo que queda del día”, película que he visto no sé
cuántas veces, hay una escena que siempre me emociona. Él, Anthony Hopkins, y
ella, Emma Thompson, en una noche de lluvia y bajo el mismo paraguas, esperan el autobús que puntualmente
llega. Ella sube y él se queda bajo la lluvia. El autobús se aleja y él con la
mano extendida en despedida se queda solo.
Toda una maravilla de
gestos en una interpretación extraordinaria.
Aquella despedida, aquel gesto de
la mano eclipsada en un adiós sin retorno, me motivo hace años a escribir un
relato que hoy Día de los Difuntos, una vez más, posiblemente, reproduzco sin
tristeza pero sí como homenaje al que fue mi compañero durante veinticinco años.
Lo titulé, “En un
tris”.
Aquella noche lejana, ¡muy
lejana!, él y yo cómplices de años,
historias y proyectos, aguardábamos, en silencios,
rotos en dolor, miradas y suspiros,
el autobús que nos separaría para
siempre.
Era negra noche de truenos cabalgando en mil rayos por el cielo.
En un tris, la hora de partida. Una plaza. Sólo una. Sube él. Un ardiente
beso como despedida y un adiós sin palabras que apaga, en un tris, el universo
de sueños de un abrazo sostenido en
tantos años… Muchos años.
A pie de tablas, sola, acariciaba
en vilo y en nostálgica sonrisa, la cálida huella de aquel beso, mientras caía
definitivamente el telón.
El autobús se alejaba y la lluvia persistía. También mi mano quedó
suspendida como si, separada de la suya, no hubiese más vida. Pero unas
palabras, como lluvia que rompiendo hielos, la acariciaran, me hicieron mirar
hacia delante: ¡Nunca, nunca estarás sola, mamá! Era la voz de mi hijo, un casi
niño que me devolvía a la vida con nuevas esperanzas.
Y, bueno,
queridos amigos/as: no quiero entristecer a nadie, porque todos, antes o
después, pasamos malos, muy malos tragos, pero… Como el viento que pasa y no lo vemos pero lo notamos en nuestro rostro y nos da ese hálito de vida que precisamos en cada instante, Él,
sí el Dios en el que quiero creer, está en nuestra vida.
Y hoy, especialmente, por un súbito acontecimiento ayer,
abro los ojos, lo veo y doy gracias.
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