(Final del Capítulo anterior: Tengo contactos y voy a ver si me entero de algo.
Quédate tranquila e incluso te diría que si reconoces la llamada, no
descuelgues el teléfono)
Hacia las once, hora del café de
media mañana, llamé a María Luisa para
anunciarle mi visita: Tengo cosas
importantes que contarte –dije notando cómo me reconfortaba aquel
contacto-. No serán más importantes que
las que yo tengo preparadas para ti. Iba a llamarte. Me intrigas. ¿De qué se
trata? Mejor lo hablamos. Te espero…
Llevaba dos días que tenía abandonado a Eolo. El pobre animal, creo yo,
que percibía mi estado de ánimo porque ni tan siquiera mostraba impaciencia por
salir a las horas que eran habituales que lo hiciéramos. Aquella tarde, haciendo hora a la visita de
María Luisa, lo acerqué al jardín, pero aquel lugar en otoño y una vez que se
ponía el sol, resultaba frío y oscuro. Tan sólo aquel pobre viejo, sin dientes
y casi sin boca, operado de un tremendo cáncer, apoyado en un aristocrático
bastón, por lo que yo le llamaba El señor
del jardín, me salió al encuentro
por entre las sombras fantasmagóricas de una hilera de cipreses.
María Luisa me esperaba entre
sonriente y misteriosa. ¿Qué es eso que
tienes que decirme tan importante? No he podido dejar de pensar en ello. Dime
una cosa, ¿cómo estás después de la experiencia? Qué te pareció aquello? -me
preguntó como si en mi respuesta estuviera el contenido de su pregunta-. ¡Un horror! –exclamé- Estoy aterrorizada. No sé qué es aquello ni qué pinto yo allí.
Pues, eso es: yo lo sé ya todo. Tengo amigos que andaban tras la pista y este
fin de semana se han confirmado las sospechas. Ese lugar y esas personas tienen
los días contados… Pero, ¿qué me dices?
¿Qué tú sabías y no me avisaste? ¿Quiénes son? ¡Traficantes de droga,
Daliana! La policía los tenía localizados pero quería cogerlos con las manos en
la masa y… ¿Y qué? ¡Qué horror! ¡No me lo puedo cree! Pues créetelo y quédate
tranquila porque no habrá próxima vez. Esta noche tu amigo Iván, su líder y
otros dormirán en la cárcel... No puedo
entender que me hayas dejado ir…Precisamente,
siguiéndote los han podido sorprender. Todo estaba controlado… Ah, y otra cosa! Tu
amiga Teresa está implicada, hasta las trancas, y fue ella la
que les dio tu nombre, la que los puso al corriente de tu vida… ¿Teresa? Dime que todo es un sueño. Creo que
me voy a volver loca. No sé distinguir entre lo real y lo ficticio. Todo es
como una tremenda pesadilla de la que no sé si voy a despertar. Tranquila.
Estás bien despierta pero has estado sometida a alucinógenos. Ese hombre debió
esparcir algo por tu casa. Tranquilízate y pronto será todo como siempre. Se
acabó. Vive tranquila. No habrá más.
EPÍLOGO
Y aquí sigo, años ya, sin saber qué hacer, a dónde ir, con
quién hablar... Deprimida, casi siempre, agorafóbica, con dolores de columna,
con goteras que me chorrean por todo el cuerpo, un día y otro con mis
cartas marcadas: a las ocho paseo con
Eolo; a las diez compras casi siempre
innecesarias. Y una corta visita a María Luisa. El resto de la mañana,
desganadas y rutinarias faenas de la casa. A las cuatro, la hora del chocolate.
Sí, eso, la hora de coger un trozo de
chocolate y regodearme ante Eolo de lo bueno que está. A las cinco, la hora de
la telenovela. A las seis la hora de la tónica. Pues, eso, una simple tónica. El resto de la tarde, la
hora de los autodefinidos. A las ocho en este tiempo, la hora de sacar a Eolo
al jardín. Y después, nada, o escribo o nada de nada: mirar por la ventana cómo
pasan los trenes o cómo pasan las horas que para el caso es lo mismo: ver la
vida pasar como paisaje. Súbitamente, esta media noche, el teléfono: hola, Aurora; soy Iván. ¿Me recurdas?
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