(Final capítulo XVII: Temblaba, cuando entre en mi casa. Eolo me recibió
con saltos de alegría pero, al entrar en
el baño y mirarme al espejo, ¡qué horror!, una especie de mariposa gigante aleteaba sobre mi cabeza…)
Mi primera intención, tras aquella extraña visión del espejo, fue llamar
a María Luisa. Deseaba contarle todo lo vivido. No podía seguir ni un momento
más sin hablar con alguien. Apresuradamente marqué su número. Nada; no
contestaba. Recordé entonces que, posiblemente, no estuviera en el pueblo.
Solía irse los fines de semana. Aquella noche cerré la puerta con especial
énfasis como si algún maleficio pudiera colarse. No me sentía segura a pesar de
llaves, y cerradura
Tenía miedo a la oscuridad, al
silencio, miedo a mí misma como si me hubiese contagiado algo diabólico. Y mis
pensamientos discurrían por cada paso dado desde que subí al coche de aquel
hombre. Mi cabeza hablaba y hablaba sin que encontrara forma de silenciarla y
mi cansancio era tal que me sentía sin fuerzas hasta para respirar. Casi
vestida me dejé caer en la cama, convencida de que era mi última noche de vida.
Pero sucedió algo. No puedo precisar si despierta o a dormítela me noté
rodeada de hombres gigantes con cuerpos de orugas y grandes alas que agitaban
envolviendo mi cama en una calidez tal
que el sueño, al fin, venciendo miedos y cansancios me llegaba en total
relajación. Mantuve, no obstante, los ojos abiertos y vi cómo aquellos
gigantescos seres desaparecían por la
ventana de mi habitación en rigurosa
fila.
Al día siguiente me sentía más tranquila. A las diez llamé por teléfono a
Teresa. Quería interesarme por el estado de su padre, al tiempo que me
apremiaban ciertas preguntas relacionadas con aquella experiencia vivida y de
la que ella, sin duda, tendría exacta información. No está; ha salido –me contestó
la voz de una mujer mayor. Dígale que la ha llamado Daliana. Que se ponga en
contacto conmigo, por favor.
Teresa no sólo no me llamó sino que a mis repetidos intentos, la mujer
mayor me repetía: No está; ha salido. Ganas me dieron de trasladarme a Córdoba
y buscar a Teresa, pero mi agorafobia era tal que apenas si podía andar por la
casa. No obstante, le anuncié una visita a María Luisa que, preocupada por el
tono de mis palabras, me contestó amablemente: No te preocupes por nada y quédate
tranquila en tu casa. Tan pronto como cierre la farmacia, me paso a verte.
Llevaba dos días que tenía abandonado a Eolo. El pobre animal, creo yo,
que percibía mi estado de ánimo porque ni tan siquiera mostraba impaciencia por
salir a las horas que eran habituales que lo hiciéramos. Aquella tarde,
haciendo hora a la visita de María Luisa, lo acerqué al jardín, pero aquel
lugar en otoño y una vez que se ponía el sol, resultaba frío y oscuro. Tan sólo
aquel pobre viejo, sin dientes y casi sin boca, operado de un maldito cáncer,
apoyado en un aristocrático bastón, me salió al encuentro por entre las sombras
fantasmagóricas de una hilera de cipreses. Con mucha dificultad entendí que me
decía: Pasan cosas niña; es tarde.
María Luisa escuchó atentamente mi exhaustiva narración de aquella
aventura de mi tarde del sábado con el Hombre de humo. Si te soy sincera
–fueron sus primeras palabras- no me gusta nada lo que me cuentas. No quiero
asustarte más de lo que ya estás, pero eso pinta mal. Debes poner tierra de por
medio… ¿Qué quieres decir? ¿Qué puede pasarme? La verdad es que no lo sé, pero
quiero decir que no debes aparecer más por allí. Esa gente te quiere utilizar
y, ¡sabe Dios para qué! ¿Qué puedo hacer? Por supuesto, no pienso ir más por
allí, pero Iván parece conocer hasta mis pensamientos. ¿Cómo me deshago de él?
María Luisa, como si no hubiera escuchado mis palabras, y bebiendo a pequeños
sorbos, el wisquí que le había servido, y que era bebida muy habitual en
ella, añadió: Y lo que más me preocupa es la desaparición de tu amiga Teresa.
La verdad que es todo muy extraño: ¡ángeles de luz! Si quieres, puedes decirle
a ese hombre, cuando te llame, que vienes conmigo a un viaje y que estarás
ausente unos días. Tengo contactos y voy a ver si me entero de algo. Quédate
tranquila e incluso te diría que si reconoces la llamada, no descuelgues el
teléfono.
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