Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

14 oct 2014

Escalofríos. Capítulo XII


(Final del capítulo XI: Aquella noche no pude dormir. Sobre la una de la madrugada sonó el teléfono.)
 Medio dormida lo descolgué; también mi hermano solía llamarme tarde. A punto estuve de colgar cuando distinguí claramente la voz de aquel hombre que me provocaba tal rechazo y temor que, aún en la distancia, me hacía sentir largos escalofríos. Buenas noches, Aurora. ¿Dormías?   Trabajo intenso me ha impedido llamarte antes; perdona la hora. He tenido noticias de cómo has salvado a una niña de morir ahogada… Y por cierto, mañana, como te anuncié, no podré pasar por ahí. Me ha surgido un inesperado viaje. Será Dios mediante, el próximo. ¿Qué me dices? Unos instantes de silencio y ladridos de Eolo que, como siempre dormía junto a mi cama y que también se despabiló, fueron casi la mejor respuesta que podía darle. Insistió: ¿Estás ahí? Dile a tu perrito que son horas de dormir… No sé qué responderte –dije, al fin-. No sé qué quieres de mí y… Solo deseo –me interrumpió- que me acompañes a una reunión de amigos a la que, por cierto, suele asistir tu amiga Teresa. Si eso te hace sentir mejor, puedes llamarla. Comprobarás que no nos comemos a nadie.  ¿Teresa? –pregunté sorprendida—Llevo siglos sin verla. En fin, lo pensaré.
El nombre de Teresa me tranquilizó. En realidad llevaba muchos años sin verla. Su madre y la mía eran compañeras de carrera y, entre ellas, había cierto paralelismo de vida, por lo que nuestros viajes incluían siempre una parada en casa de Teresa. Eran tardes de jícara de chocolate en animada merienda. Más tarde fuimos compañeras de  instituto y de algunas historias de juventud, pero nada sabía  de su vida desde mi divorció que nunca aprobó. Decidí, no obstante, hacerle una visitaba; necesitaba enterarme de una vez qué buscaba aquel hombreen mí.
¡Qué mal pasé! El padre de Teresa,  que casi ciego, casi sordo, casi  que   no se mueve y, por supuesto, no conoce. Sí, alzheimer,  comiendo sopa de fideos que le resbalaban por una descuidada barba y hasta se le quedaban pegados en ella. Y, por si fuera poco, sin dejar de gargajear en un insoportable olor a orines. También ella me impresionó. Había  engordado  una barbaridad,  envejecido y se había achicado de forma notable. Si bien me atendía como siempre, la notaba dispersa,   descuidada en su  atuendo e inmersa en un deterioro de todo. La casa olía mal, el mobiliario, con polvo de tiempo, antiguo, triste… Sentí ganas de salir corriendo, nada más entrar en aquella pequeña salita de estar, que yo bien conocía, pero aquellos fueron otros tiempos. Teresa debió captar mi malestar porque, disculpándose y medio lloriqueando, exclamó: ¡Tengo la casa tan abandonada! Mi padre me lleva  el día y la noche…No te preocupes –dije, sintiendo algo de compasión- Me imagino que un enfermos así de be ser muy absorbente. ¡No lo sabes tú bien! –exclamó limpiándose los ojos con un pañuelo de papel que tenía encima de la mesa. Gracias a unos amigos, voy tirando…Sí, los amigos son, a veces, más importantes que la familia –dije-. Me alegro de que tengas compañía, al menos. No, eso no. Por aquí no vienen. Soy yo la que me reúno con ellos y lo paso bien. Es como una terapia. Tienen fórmulas de relajación. Meditación… Nos reunimos en una gran mansión, en una finca rodeada de grandes árboles. En fin, me ayudan.

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