Esta mañana, como cada día, me asomé a escuchar
el piar de los pajarillos que anidan en el alero de mi terraza. Pero, ¡vaya
sorpresa! ¡Si el nido estaba vacío!
He buscado por el
cielo y los he visto crecidos y felices, hechos al vuelo; se han ido sin mediar despedida.
Se han ido sin miran
siquiera para este lado de la terraza donde yo cada amanecer los contemplo.
Se han ido, han izado
vuelo, erguidos y valientes, sin equipaje de ayer.
No, no estoy
resentida por ello:
¡Si no les di permiso para que eligieran anidar en mi casa!
¡Si crecieron sin una miaja de mi pan!
¡Si tan sólo fueron para mi visitantes
de lujo!
¡No, no precisaban mi permiso para irse!
Me dejaron, eso sí,
huérfana de sus trinos.
Me dejaron huérfana
de sus nacientes aleteos.
Me dejaron, y es todo
un regalo, sus plumones de infantes en este nido que guardaré con primor
hasta su regreso el año que viene.
¡Adiós,
pájaros, adiós
¡Os
espero la próxima primavera con un bolsillo repleto de esperanzas.
Os
espero, como hoy, con la mirada puesta, oteando
horizontes que jamás conocerán el
paso de mis vuelos.
Os
espero con este místico gregoriano que inunda mis oídos y me remontan a
escenarios dónde todo es luz, paz, amor…
¡Adiós,
pájaros, adiós!
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