Silencio
y paz en este perdido rincón del mundo
donde mano oculta engalana mi cuello
con
la valiosa joya de la esperanza.
Nada.
Pero esta noche noto como si algo que me
naciera en el alma se estrellara en este atardecer que empieza a ser noche,
buscando sin descanso la urgencia de un dios que necesito desde mi nada,
porque nadie puede entender mis lágrimas, cuando los árboles, cuajados de
pájaros, empiezan a silenciar en sombras este lugar de nadie donde yo eternizo
recuerdos y agonías.
No, no sé qué me pasa, pero, al abrir el micro de mi
corazón, noto cómo se graban los sonidos de la tierra: abismos, montañas,
pinares, nubes, flores, pájaros...
¿Dónde está la gente que puebla el mundo?
Busqué, llamé, mendigué pero, ¡nada, nada...! Somos débiles, frustrantes,
egoístas, clavamos la espina y…, nada: adiós.
A lo lejos, oscurece, avanza la
oscuridad. Me llega una bocanada de olor a tierra, a tomillo, a romero, a
jaras... Rítmica armonía y silencio en las suaves horas de este anochecer.
Y mi alma, ímpetu secreto de sentires, se agita
vigorosa en esta mi hora de confidencias, izadas por el limpio césped de este
retiro, cual alas desplegadas al viento, cual gaviota que surca mares en calma
y tempestad, cual latido gigante del corazón del mundo que rezuma ocultos
quejidos. Lejos de aquí, la ciudad, la gente, la hipocresía, la mentira, la
deslealtad, la envidia…
Sí, me quedaría aquí, sola, sola, pero en
brazos de la eterna hora calma.
Nada, nada, pero sé de la diana, y en el
blanco, sí, con mi mejor dardo, un mensaje con sello de urgencia: necesito que
existas ese algo que busco desde el mismo día de mi nacimiento, necesito a alguien
distinto, necesito, sobre todo, un dios.
Y la puerta de los ecos, con idéntica
urgencia, se abre y me repite: ¡si estoy en ti!
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