Algo de poesía, amigos, para relajar cuerpo y
alma. Buenos días.
Sí, amigos, algo de poesía,
de paz en la cascada de noticias que nos aceleran el ritmo de nuestro cotidiano vivir. Viernes. Aire, fresco, rastros de luna al
anochecer y huellas de pasos, ¡muchos pasos!, sobre
el albero del jardín.
¡Qué silencio,
qué paz! Parece como si la historia del mundo se hubiese borrado y
naciera de nuevo inmaculada reivindicando
eternizarse en la calma fresca de
este bello lugar donde los más puros sentimientos afloran radiantes.
Mi alma,
volcán de sentires, torbellino de ferviente adolescencia, cohabita en hermandad
con tan vírgenes deseos que corean pájaros, árboles, fuentes… Un no sé qué cósmico respiro y me transmuta en juguetonas olas de radiante
felicidad como si solo el universo acariciara mi cuello en amoroso coqueteo,
como si solo el viento fuera canción que acariciara mis oídos, como si solo el
crepúsculo fuera testigo de mi existencia.
¿Acaso hay alguien más? Trepidar de
trenes que no cesan en el temblor de las horas, estrellas, puntos luminosos en
el negro crespón que empieza a ser la tarde, papeles que juegan a vuelos
infantiles, voces en la lejanía, hojas que caen lentas y reverentes a mi paso.
¡Qué
paréntesis de felicidad en el agridulce de la vida! Quiero vivir la felicidad
de este nuevo alumbramiento virgen de todo, historia de un día sin pasado ni
futuro; blanca luz solo que irradia latidos, tálamo divino donde quiero reposar
mis sueños, y mi corazón, con latidos nuevos, es un recién nacido en brazos de
un dios que se apellida amor y que en mis primeros balbuceos, me repite la palabra AMOR
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