Hoy, amigos, aniversario de una
amistad que, a través de un chat duro casi tres años y un día desapareció para
siempre. Era alguien que me llamaba cada
noche, que me hablaba, que me hacía llegar el sonido de las olas de su mar,
alguien a quién llegué a querer, alguien a quien a pesar de
más de una década de silencios, sigo queriendo sin recor, aún sin saber
si vive, si sufre si es feliz.
Un día, escribí esta carta al viento.
Hoy la escribo y puede que le llegue a través de este medio. No quiero nada; tan
solo desearía saber por qué
No, no hay huracán que pueda arrasar recuerdos de
momentos, días vividos con amor e ilusión
¡Muchos años! Sí, muchos en una incesante caída de días en este
almanaque de olvidos, recipiente, no obstante, donde mis rosas siguen
frescas, alimentadas por mieles de amor
y esperanza. Días, hojas que el viento arranca, pisotea y se empeña en
arrojar sin piedad a este río imparable en crecidas que es mi alma. Pero
esta noche, ¡qué noche! ¡Qué bello sueño
en mis pupilas dormidas que, seductoras, sostenían en vilo tu mirada, fragor de
mares huracanados, mientras mis manos pequeñitas acariciaban las tuyas prisioneras de tantas promesas rotas!
Sigilosamente, iba a ti;
¡para estar contigo! Sí, quería que siguiéramos juntos, huellas de agua
y cielo en la paz silenciosa del universo,
trono de música, rumor de nubes,
delirante torbellino de solemnes campanas.
Quería decirte las
palabras más bellas, sinceras, las más
tiernas y amorosas. Quería decirte que sigue vivo tu rostro en aquellas
fotografías casi robadas en un instante que se me caen de las manos, hoy.
Y quería decirte que guardo tus palabras sostenidas en el
centro de un calmado lago de silencios, hoy.
Y quería decirte que los recuerdos se me hacen tan vivos, tan cálidos que me
arropo en ellos y se tornan música nostálgica, hoy.
Pero, ¿y tu voz? Quería decirte que en mi pueblo hay una
sonora fuente, cuya voz jamás deja de cantar el rumor vivo de las entrañas de
la tierra, y hay campanas cuya voz doblan a muerte o repican a fiesta. Y hay
lluvia en los otoños, voz que torna
y hace florecer acequias, y correr ríos.
¡Cuántas voces siguen vivas en mí! Pero, ¿y la tuya? Quería
decirte que la estoy perdiendo, casi la
he perdido, casi se me ha muerto en el silencio oscuro de mi mente. Quería decirte…
No, no dije nada, porque de pronto, en la carroza blanca de mis sueños,
llegaste, pero tu corcel de sueños, volvía a ser calabaza de frías realidades.
¡No te vayas! –te suplicaba- ¡Tan sólo por esta noche quédate! Y si me duermo,
y si te vas, deja un beso engarzado en
mis cabellos, aquel beso que sólo fue deseo, que se esfumó sin huella. Y esa
gota de tiempo adolescente que me corre todavía
por el alma te recordará en el adiós de pájaros viajeros, y en el húmedo albero del jardín en los
inviernos, y…No, no te vayas; por esta
noche, sólo, ¡quédate!
Día muy frío de enero. Noche todavía. Música y lágrimas
sobre mi almohada.
1 comentario:
Hace un tiempo que no entro en estos espacios,pero hoy cuando entré un ratito me encontré con la agradable sorpresa de tu precioso relato. Gracias por tus entradas. Besos
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