Ante todo somos seres humanos
En fechas próximas se
celebra la fiesta internacional del Pueblo Gitano. Desde muy niña este mundo de
misterio, intrigas, de seres humanos que de incógnito llegaban al pueblo como
llegaban las golondrinas en primavera y acampaban bajo el Puente Romano, me
hacía sentir miedo, curiosidad, pena… Mundo de caminos, de estrellas y soles,
musa que me ha inspirado novelas y cuentos.
Hoy, desde la brevedad de este
espacio quiero dedicar un recuerdo a mi amiga gitana. Primero, miradas,
después, sonrisas, más tarde, saludos; finalmente sencillas pero fluidas
palabras. Sí, ella era gitana. Aparecía cada semana con el mercadillo y, como si de una reina se
tratase, el marido y los hijos, la veneraban. Era de gesto amable, de sonrisa
fácil... Las primeras palabras partieron de mí: ¡Vaya trenza que tiene! Mis
hombres no quieren que me la corte. Una trenza negra, sedosa, gorda, larga
hasta la cintura. ¡Y usted sí que viene
siempre guapa! –me repetía-. A partir de aquel día, cada semana, una cita,
un café, unas amigables palabras.
Cuando llegó el verano,
invariablemente me traía una moña de jazmines, y yo, con ella entre mis manos,
sentía que una profunda emoción me invadía. Aquella mujer, sin cultura, pero
educada e inteligente, valoraba y
agradecía mi actitud hacia ella.
Un día
faltó. La buscaban mis ojos, la buscaba mi alma. Sin ella aquel lugar
estaba vacío. La gente en tumulto iba y venía. Los pregones se sucedían en
vocerío de competencia. La cafetería rebosante de animados clientes, pero yo estaba
sola; faltaba, y me dolía en el alma, mi amiga gitana, su tenderete de zapatos,
mi moña de jazmines… Desaparecieron sin más.
Esta madrugada, al
recordarla, una especie de plegaria me brota del alma: ¡Ojala nadie, nunca margine
a un ser diferente, porque no hay diferencias que valgan y porque todos,
también los gitanos, al llegar al mundo, encendimos una fulgurante estrella
en el universo.
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