Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

5 abr 2014

Capítulo IX



Toda la vida  esperando que por algún lado 
pueda aparecer Lucrecia  


(Último párrafo capítulo VIII.
Y encendían mariposas de aceite, colocaban ramos de crisantemos alrededor de un ataúd pobre que me produjo  tal convulsión que me sentía el pulso por todo el cuerpo  y las manos me sudaban un  frío de hielo…)

Si quieres –me sugirió Lucrecia-  te entro a ver a mi madre. No da miedo; está como dormida y parece que se ríe. Tiene un velo de encaje por la cara; no se le ve bien, pero se ríe; no da miedo. La abuela, discreta como era, se anticipó a mi respuesta: ¡Anda! Deja a esta niña que se vaya, y tú también te vas a bajar al sótano con Teresina…Yo no quiero ir allí; hace mucho frío y quiero que se quede María:
Pero aquella mujer, árbol gigante, decrépita y plena de dolor, se levantó y saliendo por unos instantes de sus lágrimas, me cogió suavemente por un  brazo y me condujo hasta la puerta. ¡Anda! -exclamó- Vete a tu casa; esto no son cosas de niños.
Cuando salí de allí, camino del colegio, me pesaba tanto el cuerpo que casi no podía caminar. Llegué tarde, y la monjita de chapetas coloradas, me castigó. Después en casa, mi hermano repetía: ¡María ha llegado tarde al colegio; la han castigado! Mi madre guardó silencio. Un poco después me dijo: Voy a mandar a Juana para que se traiga a esa niña y pase aquí la tarde… ¿Y papá quiere? Papá no vendrá hasta la noche, pero  no tienes que preocuparte.  
Y sí; mi madre la recibió con cariño.  Le dio la merienda, y le regaló un vestido de los míos,  unos zapatos y libros de cuentos. Cuando a las seis de la tarde, y mientras sin cesar y sin miedo, jugábamos,  le mostraba mis rincones favoritos en el jardín, y le descubría mis tesoros, piedrecillas de colores, pétalos de rosa en alcohol… volvieron  a doblar las campanas, y Lucrecia, que se había mostrado contenta en nuestros permitidos juegos, como paralizada repentinamente, exclamó: Ya se llevan a mi madre, pero el cura no quería, y mi madre era buena. Me voy corriendo; quiero darle otro beso.
Mi madre, que era también buena, la sujetó: Tú madre –le dijo- está ya con Dios. Lo único que puedes hacer por ella es rezar. Y sus ojos llenos de lágrimas eran expresión viva de un a mezcla de dolor, ingenuidad y picardía. Entre dientes, y casi a mi oído, repetía: A ese hijo de puta lo mato yo un día; le pegaba a mi madre, y yo sé que se ha muerto por su culpa
Al caer la tarde, la acompañé hasta la esquina; le había prometido a mi madre que de allí no pasaría. Y vi. cómo se perdías por aquel callejón negro, de la Calle de Río, más negro que nunca, más siniestro, más solitario….Más huérfano para Lucrecia..
 Tras la muerte de su madre, nuestra amistad se intensifico, si bien siempre en encuentros fortuitos y clandestinos.  Cada día al oscurecer, cuando la gente acudía a la Iglesia al rezo del rosario, nos encontrábamos allí, en un poyete de la plaza, escondido bajo las viejas ramas de un gran naranjo. Lucrecia, con un lazo negro en la manga, parecía más abandono, más soledad. Un día me dijo: A lo mejor nos vamos a vivir a otro sitio. Mi abuela no tiene dinero ni puede ya trabajar. Dice que a lo mejor  por ahí puede ser criada o que a lo mejor nos vamos a vivir con su hermano Rogelio que tiene dinero.
Recuerdo que las palabras de Lucrecia  me calaron tan hondo que casi me eché a llorar. Y tan sólo se me ocurrió una ingenua salida: ¿Y no irás a los Grupos? Todavía  no sabes leer bien ni escribir. Bueno, pero, ¡si yo no quiero ir! Hay un maestro que, cuando me ve sola me enseña... Y es un viejo asqueroso que me da miedo, y dice mi abuela que se lo va a decir al director, aunque seguro que me echa la culpa a mí o dice que es mentira. Si quieres, yo te enseño a leer.
 De pronto, encogiéndose hasta quedar prácticamente debajo de mí, exclamó:
-¡Mira, mira! Ese hombre también se acostaba con mi madre y me llama putilla, y eso no me gusta. No quiero que me vea. Cuando yo sea mayor se van a enterar todos.
Y mis ojos descubrieron a una persona destacada del pueblo, amigo de mi padre, hombre de Misas y Comuniones domingueras....

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