Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

7 mar 2014

Cuento: La gota de agua

(Para todas las mujeres; también para los hombres que las respetan y valoran)


Una piadosa y trabajadora mujer enviudó al poco de estar casada. Su director espiritual, tras recomendarle recato, oración y caridad emprendió un largo viaje a tierras  lejanas.
En los rigores todavía de un muy austero  luto el director espiritual regresó. Espero, hija -le dijo- que sepas mantener tu integridad como buena cristiana que eres y, como símbolo de lo valiosa que puede ser tu vida, si la conservas en dignidad,  te voy a hacer un hermoso obsequio.
Y le puso en la mano una pequeño trozo de cristal de cuarzo que, por capricho de la naturaleza, conservaba líquida,  a pesar de años, una gota de agua. Un prodigio –dijo- para admirar, sin peligro de que se mancille.
La mujer cogió la piedra y se mostró agradecida y halagada por lo que, tras darle las gracias, la colocó en la cabecera de su cama. Transcurrieron unos meses. La mujer, cada noche, cogía la piedra, la miraba, pensaba…
Un día, aquella insignificante piedra comenzó a pesar tanto que a penas si la mujer la podía sostener entre sus manos, y la gota de agua prisionera le provocaba tal agobio que la respiración se le entrecortaba y no podía dormir.
De ahí que una noche, decidida, buscó un gran martillo y golpeó la piedra, hasta machacarla en polvo. Y sucedió que de aquella recóndita habitación, que era su dormitorio, comenzó a elevarse una, pequeña nube que, rápidamente se convirtió en lluvia, y de la lluvia, se formaron charcos y corrieron arroyos, y de los arroyos se formaron ríos que caminaban  hacia el mar, y el mar levantaba olas, y las olas rugían en tempestad o arrullaban en calma.
Aquella noche, la mujer notó que un aire fresco inundaba sus pulmones y que, por primera vez, un halo mágico la envolvía.
A la mañana siguiente, y ya nunca más, la puerta de aquella casa volvió a abrirse al ritmo de las campanas; la mujer había desaparecido.
La gente del pueblo repetía: ¡Ya volverá! Aquí tiene a su difunto. Aquí tiene sus vestiduras, aquí lo tiene todo.
Y el director espiritual, igualmente, afirmaba: Volverá, seguro que volverá; ella conoce sus obligaciones de buena cristiana. No habrá ido muy lejos. Ella conoce lo valiosa que es su vida en castidad y recogimiento.
Pero la mujer jamás regresó. Para siempre sepultó aquella casa, aquella gente, aquel director espiritual, aquellas rancias costumbres, aquella vida.
Izó vuelos y se multiplicó.

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