Una piadosa y trabajadora mujer enviudó al poco de estar casada. Su director espiritual, tras recomendarle recato, oración y caridad emprendió un largo viaje a tierras lejanas.
En los
rigores todavía de un muy austero luto
el director espiritual regresó. Espero, hija -le dijo- que sepas mantener tu
integridad como buena cristiana que eres y, como símbolo de lo valiosa que
puede ser tu vida, si la conservas en dignidad,
te voy a hacer un hermoso obsequio.
Y le puso en
la mano una pequeño trozo de cristal de
cuarzo que, por capricho de la naturaleza, conservaba líquida, a pesar de años, una gota de agua. Un prodigio
–dijo- para admirar, sin peligro de que se mancille.
La mujer
cogió la piedra y se mostró agradecida y halagada por lo que, tras darle las
gracias, la colocó en la cabecera de su cama. Transcurrieron unos meses. La
mujer, cada noche, cogía la piedra, la miraba, pensaba…
Un día,
aquella insignificante piedra comenzó a pesar tanto que a penas si la mujer la
podía sostener entre sus manos, y la gota de agua prisionera le provocaba tal
agobio que la respiración se le entrecortaba y no podía dormir.
De ahí que
una noche, decidida, buscó un gran martillo y golpeó la piedra, hasta
machacarla en polvo. Y sucedió que de aquella recóndita habitación, que era su
dormitorio, comenzó a elevarse una, pequeña nube que, rápidamente se convirtió
en lluvia, y de la lluvia, se formaron charcos y corrieron arroyos, y de los
arroyos se formaron ríos que caminaban
hacia el mar, y el mar levantaba olas, y las olas rugían en tempestad o
arrullaban en calma.
Aquella
noche, la mujer notó que un aire fresco inundaba sus pulmones y que, por
primera vez, un halo mágico la envolvía.
A la mañana
siguiente, y ya nunca más, la puerta de aquella casa volvió a abrirse al ritmo
de las campanas; la mujer había desaparecido.
La gente del
pueblo repetía: ¡Ya volverá! Aquí tiene a
su difunto. Aquí tiene sus vestiduras, aquí lo tiene todo.
Y el
director espiritual, igualmente, afirmaba: Volverá,
seguro que volverá; ella conoce sus obligaciones de buena cristiana. No habrá ido muy lejos. Ella conoce lo
valiosa que es su vida en castidad y recogimiento.
Pero la
mujer jamás regresó. Para siempre sepultó aquella casa, aquella gente, aquel
director espiritual, aquellas rancias costumbres, aquella vida.
Izó vuelos y se multiplicó.
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