Como si su caminar fuera un lento y tembloroso expirar, llegó hasta mí, al
atardecer, en revuelo de olas, gaviotas y barcos, un pobre gato. Me miró, lo
miré y, ¡qué dolor! vi vacío su ojo derecho.
Perpleja no entendía: ¿qué te pasa,
hermano gato? Un leve maullido y lo entendí: de una pedrada le habían reventado
un ojo. Lo acaricié y remolón y perezoso, sin quejas, sin reproches, moribundo
de dolor, se dejó caer sobre mis zapatos.
En mi cabeza preguntas sin respuestas: ¿por qué tanta maldad? ¿por qué tanto
odio? ¿cómo es posible que exista el placer de hacer daño? ¿Será que somos
ruines monstruos, seres caídos de algún extraño planeta?
Tarde muy triste que no podré olvidar, tarde para recordar y que para
embellecer los momentos, recuerde los versos del estadounidense W.
Whitman
Coged las rosas mientras podáis
veloz el tiempo vuela.
La misma flor que hoy admiráis,
mañana estará muerta...
Sí, amigos, acariciemos dolores, seamos
ternura y amor, hoy, porque veloz el tiempo pasa, y mañana, tal vez, nos falten
manos, pies, nos falte…, pues, eso: vida.
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