Cuando sólo tenía doce años, por mi cuenta, en silencio y soledad, allá
en mi pueblo, me impuse la obligación de cuidar a una anciana que enferma yacía
medio inválida en un camastro. Por casa, una buhardilla sucia y abandonada.
Cada tarde, al salir del colegio, corría con mi merienda en el bolsillo.
La anciana, arrugada como una pasa, con lagos y pobres
cabellos blancos, desdentada, maloliente... me inspiraba tales contradictorios sentimientos que, en mi
enorme impotencia, ni entendía ni sabía encauzar.
No obstante, le hacía la cama, la peinaba, le daba algo de comer -siempre
de lo que yo llevaba - y la acompañaba.
Me pregunto siempre cómo pude hacerlo. Era tan sólo una niña. Y la respuesta creo que no es otra
que ésta: a pesar de mis pocos años y de mi gran inexperiencia intuía una
urgencia: atender a los marginados y, en aquel caso, entonces, y en muchos,
ahora, los mayores son objeto de marginación y olvido. Y si es verdad que tal
vez el problema de la pobreza no lo sea actualmente tanto, sí lo sigue siendo,
y en buena parte, la poca atención que se les presta.
Un mayor debería ser un lujo para la familia, porque nada más tierno, más
entrañable, más acogedor que los padres, los abuelos...Por desgracia, más bien
son un estorbo, un problema y a veces, como decían ayer en la televisión,
objeto de malos tratos por los propios familiares. Es cierto que las
capacidades disminuyen y el mayor pierde oído, vista, memoria, agilidad .... ,
etc. Y se siente solo en su deseo de no molestar, de no importunar, pero, qué
pena, cuando, sin entender la impotencia
y soledad que sufren, les recriminamos sus deficiencias: no oyes, no ves, se te
olvidan las cosas, etc. etc. Quiero creer que no somos conscientes de que con
esas cosas reforzamos sus inevitables achaques.
Reflexionemos y no olvidemos que nos dieron la vida, nos dieron su
tiempo, su total atención, nos dieron alimentos, educación, pasaron noches,
muchas, velando nuestras enfermedades, privándose de todo por darnos lo mejor,
trabajando sin descanso para que no nos faltara lo necesario...
Por favor, ayudémosle a superar sus horas tan bajas, haciéndoles subir la
autoestima, haciéndolos útiles para algo,
visitándolos, regalándoles, llamándolos por teléfono, prestándonos a
suplir sus muchas necesidades, prestando atención a lo que dicen, contando con
ellos en todo lo posible... Nadie en el mundo nos querrá como nos quieren ellos.
Amigos, como los vemos, nos veremos, y será tarde para hacer aquello que
dejamos de hacer por ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario