Llegado el
buen tiempo, cada año, la mayoría de las mujeres de la aldea, organizaban una
visita al sabio, un santón, a más de cien kilómetros de distancia al qu ele
atribuían poderes curativos mágicos. de túnica hasta los pies y cabello hasta
la cintura.
Con
anticipación al viaje, que lo hacían en un autobús que iba recogiendo gente por
las aldeas, las mujeres pasaban todas por la peluquería de la Lola que les
ponía la permanente de tubos calientes
que las cabezas humeaban como chimeneas.
¿Y qué leche te pasa a ti este año? -preguntaba el Domingo a la
Manuela-. Mejor dirías qué no me pasa –contestaba la Manuela- ¿Es que no te das
cuenta del saltaero que tengo? ¿Y no ves las noches qué paso con el ahogo? ¿Y
tú qué vas a saber si estás siempre en
babia? ¿Dónde coño dices que estoy? ¡Un sacadineros es lo que es ese
sabio que engatufa a las mujeres! ¡Pues
bien guapo que es, y no como otros! ¡Ah, sí, pues quédate con él si quieres que
ya va apañao!
En la
peluquería, mientras las cabezas humean y se enfrían, las mujeres unas a otras
se cuentan y justifican su viaje: ¡Es que
estoy de lo snervios! –exclama una-. Pues yo con malos voluntos! .-dice
otra-. ¡Lo mío es la reuma de to la
vida! –exclama la mujer de López, embutida en un pantalón tan estrecho que se
le baja la cremallera- ¡Coño, qué malas estasis toas pero os sobran carnes por
to el santo cuerpo! ¿Y tu, comadre, a qué vas? ¿Yo? ¡a naita! Por dar un paseo.
Llega el día
que es un viernes. La Manuela, desde bien temprano se encierra en el dormitorio
y se prueba los cuatro trapos que tiene
acabando con el vestido de la Semana Santa que es el único que le entra sin problemas, y perfumada, con los
labios pintados, un gran bolso y la mantilla a modo de echarpe por los hombros,
entra en el comedor donde desayuna el Domingo que, al verla, soltando el vaso
de leche, exclama: ¡mu bien, pero yo también
voy a ver al sabio que desde que vino el niño no me encuentro bien! ¿Qué
coño estás diciendo tú? ¡Eso no es cosa de hombres? ¿Ah, no? ¡Pos mira por
donde le voy a ver la casa a ese sabio tan guapo que os tiene hipnotizás!
La voz de
la Chacha solivianta a la Manuela:
¡comadre que es tarde, que el artobús no espera! ¡Ya voy, que aquí tienes al
compadre, que está celoso! ¡Vámonos ya t que le den por culo al compadre!
Efectivamente,
el autobús está parado en la puerta de la iglesia, y esperando a la Manuela que
entre los tacones y la parafernalia que lleva encima no puede correr. La Chacha
la agarra del brazo para que se apresure. El conductor exclama: ¡leche que
parece que vais de boda! ¡Hala, vámonos!
El Domingo,
sin parar de dar vueltas a la cabeza, decide
disfrazarse y seguir con su coche al autobús que tiene que hacer unas
cuantas paradas, antes de llegar. Rebusca en un baúl y saca un sombrero de ala
que era de su padre, unas gafas de sol y una cartera del niño y un gabardina
tiesa de cuando era joven. ¡No me va a reconocer ni Dios! –exclama-, pero a ese
sabio le canto yo las cuarenta.
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