Mis pensamientos, poemas, cuentos... de Isabel Agüera

24 feb 2018

UN HACHA PARA FABRICIO

Premio “Mujer Arte  (Hecho real)
Fabricio suena a ráfaga de viento: ¡fa-bri-cioooo! Fabricio suena a nombre de huracán: Huracán Fabricio. Ayer yo no conocía a Fabricio. Ayer, aquella novena planta del Hospital   no era escenario para mí, ayer, en un repente, en un instante de mi desconcierto, la muerte y yo nos sentamos frente a frente en un atardecer de silencios y nubes.
Sí, Fabricio es un muerto que respira. Sus ojos, una mirada que agoniza allá donde se posa. Su boca, unos labios secos, agrietados por donde se escurren palabras que caen en la soledad de aquella sala, de aquel olvido, de aquella planta de desahucios. Un hacha, niña, un hacha, y… ¡plaf! ¡Sí sólo necesito un hacha! ¿Para qué quiero andar? ¡Ya irá por mí la funeraria!  Fabricio es una calva desollada que se hunde eternamente sobre su hombro derecho, hueso que rompe la piel y se yergue en esqueleto, ya. Fabricio es un cáncer que alimenta una botella de suero, y es un puñado de pellejos que se revuelven en mantas azules que apestan a sangre, a  medicamentos viejos, a leche caliente… Y es una gangrena que le roe, que le devora calmantes de día y noche Y es, sobre todo, un cigarro que no se apea de su media mano libre de esparadrapos y agujas, y es un chorro de lágrimas y un murmullo de quejidos en monólogo que  tan sólo yo escucho. Me quitaron un pulmón, niña, y… ¡tiraba! Después, un cigarrillo, dos, tres… ¡Un día es un día! Y empezaron los ahogos. La mujer, bronca va y bronca viene. Me escondía el paquete, me escondía el encendedor, niña, y me escondía el dinero. Y luego, cuatro, cinco… ¡Mucho humo! Y me vino lo del páncreas, ése, o como se llame… ¡Un hacha! ¡Si yo lo que necesito es un hacha!     ¿Tú me entiendes, niña?
Aquel rincón, aquella sala de la novena planta, aquella nave,  todo  ventanas, cielo, nubes, viento, huracán es la última palabra de cada moribundo, el pozo negro donde se ahogan suspiros, la ola grande que barre esperanzas, el puñado de arena donde se remolcan las pocas pisadas que siguen marcando huellas.Fabricio es el aleteo de una sombra que en voladas  trasladan allí, junto al cenicero, frente a un reloj muerto en las tres de, ¡sabe Dios que día!, pegado a un televisor, sin más luz, sin más brillo, sin más imagen que la muerte de Fabricio, cabeceando como gusano, y cuerpo a cuerpo, mesita por medio con aquel sillón corinto, mecedora de mis largos miedos, de mis profundas reflexiones, de mis crecientes interrogantes: ¿Por qué él y no yo?  El tabaco es veneno, niña. Se mete en el cuerpo y… ¡Si me hubieran cortado las manos! Los dos pulmones no me los pueden quitar, ni los riñones, ni el páncreas, ése,  ni… ¡Un hacha, niña! Lo que quiero es el hachazo, ¿tú me entiendes? 
En aquel sillón se notaba el reverberar de cuerpos y almas y su eterno chirriar  era como el lamento de todo un universo de dolor en el que un dios se perdía  tras las estrellas apagadas en el caos de la desesperación, y era como el regazo donde palpitaban rumores de tempestades y lágrimas de ojos sin más faro que el pequeñísimo vuelo del milagro.
Y yo miraba a Fabricio, y Fabricio me miraba, y unas golondrinas sobrevolaban la nave, y las alarmas de las habitaciones  eran gritos incubados en urgencias sin remedio, y los pasos de las enfermeras cantaban  inútiles premuras, y los carrillos de las meriendas rodaban en cucharillas y tazas, y Fabricio me miraba, y yo me oía en las polillas  de mi cabeza, reproches, recuerdos, nostalgias… Y entendía, ¡vaya si  entendía!, el humo de aquellos cigarrillos que ni tan siquiera podía sostener entre sus dedos, huesos  largos, pajizos, agonizantes.
Tenía doce años, niña, cuando cayó el primer cigarrillo. Si me hubieran cortado las manos… En agosto, si llego, cumplo los cincuenta, y yo fui un chaval de muchos juegos… ¡Cómo bailaba el trompo! ¡Y al hoyo no había quien me ganara!, y  jugaba en las eras,  y me subía a los  trillos,  y cogía grillos y cigarrones, y… ¡si me hubieran cortado las manos! El tabaco es veneno, pero, ¿ya para qué? Lo que necesito es un hacha: un  hachazo y… 
En los labios pegajosos de Fabricio se dibuja una sutil sonrisa. ¿Sabes, niña, lo que más quisiera? Ser por unas horas otra vez monaguillo. ¡Que joío  era! Me bebía el vino de la Misa, y el cura, ¡cogotazos van y cogotazos vienen! Es lo que más quisiera, una vez, unos momentos...
Ayer, yo no conocía a Fabricio. Ayer, aquella novena planta del hospital no existía para mí. Ayer, en vuelos de libertad, yo soñaba y me entronizaba en mundos de luz donde el humo de la muerte no era paisaje para mis ojos. Ayer, yo, pulmones, hígado, páncreas, salud… Hoy, ¿quién sabe lo que puedo ser hoy, y como mucho mañana?
Un deber inexorable me ha sentado codo a codo con Fabricio. ¿Seré yo el caldo donde el próximo cáncer pueda sembrar su muerte? ¡Un seguro! Necesito un seguro para retornar a la madrugada de ayer y salir a mi terraza a fotografiar nubes, cielos soles…. Necesito un día más para sembrar mi árbol, escribir mi libro, para contemplar una vez más el inmenso  azul de mares y cielos. Necesito unos instantes  para decir, te quiero, para dar un beso, para… ¡Si tengo ese momento todavía!
Enciende, dios, las estrellas apagadas, allá en el horizonte  de algún mundo; en el del mío, al menos, y no me dejes perdida en este sillón corinto que reencarna en mí, y  me enloquecen, gritos que no me caben en los oídos, que sólo sé traducir al unísono del balbuceo que chorrean los labios de Fabricio. Un hacha, sí, para Fabricio! Un hacha para todos los  humos que se erigen en cánceres, en vahos de muerte que se deslizan y se crecen fulminantes y se agigantan en el alma de una humanidad rota bajo la sutil locura de los días en falsos sueños. Un hacha para  cortar de raíz la gangrena que sepulta voluntades cuando sólo eran pupilas en brillo. Un hacha para la muerte y una bocanada de aire huracanado –¡Fabricio!– para la vida, y un eco que eche al vuelo campanas catedralicias, aleluyas, colores…
Los pensamientos también matan. Yo ayer no conocía a Fabricio, ni conocía la nave de muerte de este hospital, ni las señales de alarma de mis pulmones, aire limpio y vida.
Ayer, hoy, recostada en el chirriar de este sillón corinto que se me mece,  sillón de todos los tiempos y de todos los ayes del mundo, noto que me llora el alma, que me duele el corazón y que, conjurando a dios o al diablo, a todas las fuerzas que pululan por los infinitos universos, quisiera poner en marcha este reloj eternizado en las tres de un día sin fecha, y quisiera que este televisor, sin más cara que la  sombra en muerte de Fabricio, estallara en música, luz,, color, palabras… Y quisiera que esta nave despegara en busca de una creación nueva, a la orilla de otra playa donde Fabricio encontrara su nueva oportunidad de ser monaguillo, y volviera a ser huella, padre, marido…

Y quisiera, ¡maldita sea!, un hacha para Fabricio.

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